Aprovechando la salida de Nagash, Señor Supremo de los No Muertos, os traemos todo su trasfondo e historia para que la recordéis aquellos que ya la habéis leído y para que os deleitéis aquellos que nunca lo hicisteis. Si bien la miniatura de Nagash, Señor Supremo de los No Muertos es impresionante, lo es aún más su historia y trasfondo cargado de heroicos y inenarrables momentos que nos acercan a la historia de los No Muertos, Khemri o Condes Vampiros.
La primera vez que vi la miniatura de Nagash tenia apenas 14 primaveras. Quede fascinado por su potencial de juego, aspecto y historia que lo convertían en un dios sobre la tierra. Solo tuve la oportunidad de verlo en juego en una ocasión. En aquella época se jugaba a la cuarta edición de Warhammer y el tamaño de las miniaturas y de los ejércitos era mucho menor que el actual, por lo que ver la siguiente miniatura era aún más llamativo. Ya en aquella época era el amo de las invocaciones y era capaz de convocar ejércitos enteros en pocos segundos. A día de hoy después de haber visto sus reglas y coste en puntos no ha cambiado mucho. Invoca el doble de seres que un nigromante normal, vale 1000 puntacos y reparte de forma sorprendente para ser una canina de tamaño autobús. Una fiesta para los No Muertos.
La siguiente recopilación de trasfondo se la debemos a la página Marcus Belli que seguramente conozcáis todos pero que sino merecería la pena que le echarais un vistazo ya que contiene muy buen material de recopilación de trasfondos y tácticas para warhammer fantasy.
Trasfondo de Nagash:
El Gran Nigromante
"En este terrible desierto, bajo la pálida luz de la luna, los muertos caminan. Vagan por las dunas en las frías noches sin viento. Sostienen en alto sus armas en un burlón desafío a toda la vida, y a veces, con sus fantasmagóricas voces resecas como el susurro de hojas marchitas, susurran la palabra que recuerdan de cuando estaban vivos, el nombre de su viejo y siniestro amo. Susurran el nombre de Nagash."
De "El Libro de los Muertos",
De Abdul-ben-Raschid, traducido del árabe por Heinrich Kemmler.
Al Sur del Imperio, al Sur de los Reinos Fronterizos, al Sur incluso de las Tierras Yermas y Karak Azul, se encuentra una tierra de la que pocos hombres hablan. Incluso aquellos que conocen su nombre verdadero no pronuncian este nombre en voz alta, prefiriendo referirse a ella, con voz queda, llamándola el Reino de los Muertos. Pocos hombres han estado en ella y han podido regresar para contarlo. El enloquecido príncipe árabe Abdul-ben-Raschid recorrió esta tierra con un único objetivo: buscar la inspiración para su blastema obra maestra, El Libro de los Muertos. Muchos estudiosos deben sus conocimientos sobre el Reino de los Muertos a las pocas copias de este poema que han sobrevivido.
Ben-Raschid no vivió para ver la repulsión generalizada que su obra provocó en el publico. El Califa de Ka-saber ordenó quemar todas las copias del libro. El Príncipe loco murió en extrañas circunstancias, estrangulado por unas manos invisibles en el interior de una habitación con una única puerta cerrada por dentro. Cuando sus criados finalmente pudieron derribar la puerta sólo encontraron su frío cadáver con la cara de color púrpura. El cuerpo estaba tan frío al tacto que quemó las manos de los que intentaron levantarlo. Los cruzados, al volver de su periplo por Arabia, llevaron algunos ejemplares de su obra hacia el Viejo Mundo, pero muchos de ellos hubieron de lamentar su decisión.
El libro de los Muertos habla del gran desierto situados al este de Arabia donde pueden encontrarse las necrópolis, ciudades funerarias para los muertos que no se conforman con su destino, Cada necrópolis contiene incontables mausoleos y pirámides en las que habitan unos seres que es preferible no conocer. Durante el día la ardiente arena entre las tumbas esta vacía, y solo algunas grandes serpientes reptan entre las ruinas. Pero en ciertas noches oscuras, los cadáveres de los muertos salen de sus moradas y se ocupan de sus asuntos, en una siniestra parodia de sus vidas anteriores. Reparan las tumbas erosionadas por el tiempo patrullan las fronteras de sus necrópolis. A veces marchan para combatir contra los habitantes muertos de otras ciudades funerarias.
A veces, los gobernantes No Muertos de las necrópolis hacen pactos y alianzas, y sus hordas invaden Arabia, O las tierras del Norte. Durante las Cruzadas, las fuerzas del Rey Esteban de Estalia destruyeron un gran ejército de No Muertos de la ciudad maldita de Lahmia en la batalla de Shanidaar. Los cruzados vencieron, pero el miedo que sintieron fue tan grande que volvieron hacía el Este y embarcaron hacia su hogar cuando tenían la victoria a su alcance.
Ben-Raschid describe a una aristocracia maldita de gobernantes No Muertos en el interior de cada pirámide. Son poderosos Reyes sacerdotes que están sentados en sus tronos dorados, en medio de un esplendor perdido en el que sueñan continuamente con siniestra nostalgia de su pasada gloria, dando ocasionalmente terribles órdenes a sus amortajados cortesanos. Estos nobles momificados son a su vez servicios por hordas de lacayos esqueléticos, que corren para obedecer hasta los deseos mas mórbidos de sus amos. Espíritus medio desvanecidos farfullan incomprensiblemente por los corredores cubiertos de telarañas. Todos están atrapados en el eterno baile de los muertos hasta el final de la eternidad, enfrascados en antiguos rituales de adoración al Gran Nigromante que los condenó a esta terrible no vida.
En el corazón de este vasto desierto se encuentra la ciudad maldita de Khemri, en el centro de la cual destacan las dos estructuras mas grandes jamás edificadas por el hombre; una de ellas es la terrible Gran Pirámide de Khemri, que sobresale de las ruinas mas de cien veces la altura de un hombre. Pero incluso esta pirámide es insignificante, como un Enano lo es ante un elefante, ante la Pirámide Negra de Nagash, una horripilante maravilla para todos los que la contemplan. Ben-Raschid dice en si obra que en las calles de Khemri hay espíritus inquietos al acecho, esperando devorar la fuerza vital de los vivos, y que el gran sarcófago de Nagash, en el interior del cual se dice que yace el Gran Nigromante mientras recupera sus energías, se encuentra ahora vacío. Mucha gente bien informada atribuye las palabras del Príncipe Loco a los delirios de un hombre que perdió el juicio por su adicción a la raíz de bruja Los pocos que conocen su secreto saben que la explicación verdadera es mucho más terrible.
La mejor fuente de conocimientos que tienen los eruditos Imperiales sobre el tema es el infame Liber Mortis del Nigromante Frederick van Hal, también conocido por las nuevas generaciones como Vanhal. La única copia completa que existe de este libro está guardada bajo llave en las bóvedas del Templo de Sigmar en Altdorf. Este libro sólo pueden estudiarlo los eruditos de corazón mas puro, y sólo bajo una dispensa especial del Gran Teogonista en persona.
Este permiso normalmente sólo es concedido cuando los grandes ejércitos de No Muertos amenazan al Imperio. Vanhal fue un Nigromante que vivió durante la Gran Plaga, y realizó su obra maestra a partir de has traducciones que Kadon hizo de los Nueve Libros de Nagash.
No contento con su imperfecta traducción de los desvaríos del Nigromante, Vanhal efectuó varios peregrinajes al Reino de los Muertos. Protegido por los hechizos más poderosos conversó con los habitantes de las ciudades funerarias e investigó los secretos mas oscuros de la antigüedad Durante ha Geheimnisnacht (la Noche de los Muertos) consultó con los demonios aullantes, y entresacó algunos retazos de verdad entre todas sus mentiras. Incluso los demonios del Caos recuerdan las infames acciones de Nagash.
Nuestros conocimientos parciales e incompletos de la historia del Gran Nigromante, y de las antiguas tierras que antaño gobernó y destruyó, se deben al Liber Mortis.
El Reino de los Muertos es una tierra salvaje cubierta de arena. El Gran Rió es venenoso y tiene el color de la sangre, y los viajeros no pueden aliviar su sed en él. Es cierto que las ciudades están vacías de vida; se trata de meras ruinas junto a las grandes necrópolis. Es cierto que las carreteras hace mucho que han sido enterradas por la arena, dejando entrever tan sólo la parte superior de algunas estatuas y algunos monumentos erosionados por el viento para indicar su existencia. Los pocos viajeros que han regresado han contado que todo está vacío y desolado, y que un terrible honor y melancolía llenaba sus corazones mientras duró su estancia. Es cierto que en esta tierra no vive nada, pero no siempre fue así.
Unos dos milenios antes del nacimiento de Sigmar, surgió una gran civilización a lo largo de las orillas del Gran Río. Sus habitantes construyeron ciudades, barcos y carreteras. Lucharon entre ellos utilizando carruajes de guerra, arcos y lanzas. Estaban gobernados por los Reyes Sacerdotes cuya voluntad era ley. Con el transcurso de las generaciones los reyes Sacerdotes empezaron a obsesionarse cada vea más con la inmortalidad, y construyeron tumbas cada vez más grandes y elaboradas, convencidos que éstas serían sus casas para toda la eternidad. Sus mujeres y sirvientes eran enterrados vivos con ellos cuando morían. Esta práctica empezó a extenderse por toda la sociedad hasta que todo aquel que podía permitírselo invertía una buena parte de sus riquezas terrenales en su tumba. En los desiertos a las ciudades pronto surgieron las necrópolis, las ciudades fueron haciéndose más grandes, mayores incluso que las poblaciones de los vivos.
Los Reyes Sacerdotes rivalizaron para dejar tras de si monumentos mayores que los de otros Reyes Sacerdotes, y las pirámides fueron cada vez más grandes, vigiladas por estatuas titánicas, fortificadas como torres gigantescas, construidas para proteger a sus habitantes toda la eternidad. Las puertas de las partes superiores de las pirámides estaban comunicadas entre sí mediante puentes, como si sus habitantes hubieran di visitar a sus vecinos. Estas ciudades acabaron formando una gran red de estructuras intercomunicadas. La práctica de saturar los cuerpos con preservadores alquímicos especiales y amortajar los cadáveres con sudarios fue extendiéndose cada vez más. Los príncipes guerreros eran enterrados con toda su armadura, sus carruajes, y los caballos que tiraban de ellos. Cada necrópolis ponto contuvo legiones de muertos.
Unos dos mil años antes del nacimiento de Sigmar, aproximadamente hace unos cuatro mil quinientos años, Nagash nació en Khemri, la liudad mas grande del Gran Río. Era el hermano del Rey Sacerdote reinante, un poderoso guerrero muy versado en la magia primitiva de su gente. Desde muy pequeño, Nagash estuvo obsesionado con la muerte. Recorrió las necrópolis de la ciudad y penetró en las viejas tumbas. Observó a los embalsamadores cuando preparaban a los muertos antes del entierro. Observó como los guerreros heridos en la batalla se extinguían y morían, y decidió que él nunca moriría.
Nagash realizó experimentos innombrables en su búsqueda de la inmortalidad, y pronto la gente de la ciudad empezó a esquivarle. Como era un hechicero innato y brillante, sus experimentos tuvieron éxito, y logró destilar un elixir de sangre humana que prolongaba la vida de quien lo bebía. Pronto tuvo un grupo de seguidores leales y depravados con los que compartió su descubrimiento. En un sangriento golpe de estado, Nagash tomó el control de Khemri y enterró vivo a su hermano en la Gran pirámide construida por su padre.
Al haber prolongado su vida, Nagash y sus seguidores tuvieron más tiempo para estudiar la Magia Oscura. Sus conocimientos pronto fueron superiores a los de los habitantes de otras ciudades. Empezaron a considerarse dioses y ver a los habitantes de Khemri como simple ganado. Los años pasaron a ser décadas y las décadas siglos, y los bebedores de sangre empezaron a evitar la luz del día y buscar los rincones frescos y oscuros para evitar los rayos del sol. Fijaron su residencia en las tumbas palaciegas de las necrópolis, Nagash supervisó la construcción de su propia gran Pirámide Negra, la mayor estructura nunca edificada por el hombre, especialmente diseñada para atraer los vientos de la Magia Oscura hacia Khemri.
Sin embargo, para los Reyes Sacerdotes de las otras ciudades, molestos desde hacía mucho por los eventos de Khemri, esto fue la última gota. Formaron una Gran Alianza contra Nagash y enviaron sus ejércitos a luchar contra él. Durante la larga guerra que siguió, la Magia Oscura arrasó la tierra, y algunos oasis quedaron tan saturados de sus energías que a partir de entonces fueron evitados por los hombres. Después de casi un siglo de guerra constante, los ejércitos de los Reyes Sacerdotes lograron conquistar y saquear Khemri. Mientras huía de la ciudad ardiendo hacia las frías profundidades de su pirámide, Nagash dio media vuelta y amenazó con su puño a los ejércitos de los Reyes Sacerdotes. Prometió que sus ciudades se convertirían en polvo, y en menos que polvo. Los Reyes Sacerdotes se burlaron de él. Los seguidores de Nagash fueron capturados uno a uno en el interior de la pirámide y gritaron horrorizados mientras los sacaban a rastras para decapitarles y quemarles. Los Reyes Sacerdotes derribaron todas las construcciones de Nagash.
Todos los monumentos de Nagash desaparecieron. Pero no encontraron ni rastro del propio Nagash. Aunque sus discípulos afirmaron haberle visto entrar en su sarcófago, el ataúd estaba vacío.
En contra de los pactos acordados entre los Reyes Sacerdotes, los gobernantes de Lamía robaron los libros de Nagash de su infame Biblioteca Negra. Durante años habían intentado emular su Magia Oscura. Eran más cautelosos que Nagash, y procuraron evitar que sus aliados supieran que estaban destilando su elixir de sangre.
Mientras tanto, Nagash vagaba por el desierto. La sed quemaba su garganta. El hambre roía sus entrañas. Terribles visiones bailaban ante sus ojos. Debería haber muerto entre las ardientes arenas, pero su formidable fuerza de voluntad y su vitalidad antinatural le permitieron seguir adelante. Según la traducción que Kadon hizo de su obra. Nagash aseguraba que había muerto y vagado sin rumbo durante cierto tiempo después de morir, hasta que encontró una forma de volver al mundo de los vivos. Muchos eruditos afirman que esto no fue mas que una alucinación irreal causada por las privaciones y la sed, pero otros no están tan seguros. Finalmente el Gran Nigromante dejó el desierto y llegó a las colinas de las montañas del Fin del Mundo. Alguna oscura fuerza le había atraído hacia el Pico Tullido y hacia un nuevo paso en su carrera de incalificable maldad.
El territorio en el que se encuentra el Pico Tullido es una tierra de la que nadie ha regresad sin contar historias de gran horror. Es una montaña gigantesca y partida en las costas del Mar Sulfuroso. Antiguamente, un gran trozo de piedra de disformidad cayó del cielo y golpeó el pico. Partiéndolo y hundiéndose en el corazón de la montaña. Con el paso del tiempo, el viento, la lluvia y la erosión llevaron el polvo de la piedra de disformidad hasta el Mar Sulfuroso, envenenando el agua y causando horrendas mutaciones a los peces y serpientes que no murieron.
El mar estaba rodeado de vegetación retorcida y atrofiada; árboles enfermos y zarzas venenosas competían por los escasos nutrientes del suelo. De noche, las aguas brillaban con un extraño color verde y una espuma viscosa y tóxica cubría su superficie. Las tribus que habitaban en sus costas y bebían de aquélla agua enferma mostraban las horribles signos de degeneración y mutaciones consecuencia de la exposición de muchas generaciones a la podredumbre del Caos. Cuando Nagash vio el lugar por primera vez, consideró que era el lugar idóneo: había hallado el lugar que buscaba. Al Probar por primera vez el agua del Mar Sulfuroso, visiones incandescentes ardieron en su cerebro y la energía oscura corrió por sus venas. Allí tenía todo lo que necesitaba.
Durante años Nagash vivió como un ermitaño en una cueva en la ladera de Pico Tullido, meditando sobre la naturaleza de la magia y recopilando sabiduría del oscuro pozo de su corrupta alma. Exploró el enorme sistema de cuevas del Pico hasta encontrar el os curo lago bajo el que se encontraba la mayor parte de la piedra de disformidad. Mezcló la sustancia del Caos pulverizada con algunas hierbas innombrables y hojas de loto Negro, y utilizó una mezcla para incrementar su energía, agudizar su mente para seguir con sus reflexiones.
Los años pasaron inexorablemente, y su constante exposición a la piedra de disformidad provocó terribles cambios en el Gran Nigromante. Su piel se arrugó y agrietó, desprendiéndose de sus huesos. En algunas partes era translúcido, dejando las venas y los músculos expuestos. Sus ojos se fundieron y formaron pozos de pus luminosa en las cuencas. Sus uñas crecieron hasta convertirse en garras, sus dedos de curvaron formaron zarpas. Su corazón dejó de latir y la sangre no circuló más. Su cuerpo seguía andando gracias a su oscura fuerza de voluntad, y su maligna hechicería. Como había deseado desde hacía tanto, había escapado de la muerte, o eso creía.
Durante ese periodo, Nagash alcanzó sus mayores logros en el campo de la nigromancia. A lo largo de los años perfeccionó los hechizos que más tarde utilizarían todos los Nigromantes. De noche descendía hasta los cementerios de las tribus primitivas que vivían alrededor de Pico Tullido. Los que le veían huían, y los Shamanes que osaron enfrentarse a él murieron con una palabra. Abrió las tumbas de piedra una a una, y uno a uno reanimo los cuerpos que encontró en su interior. Al principio apenas tuvo éxito. Los restos andaban sólo unos pasos antes de caer convertidos en polvo por la energía que los Movía, pero el control de Nagash fue aumentado como lo hizo en tiempo de animación, hasta que logró esclavizarles para siempre. Puesto que ya estaban muertos y descompuestos, la piedra de disformidad afectaba poco a estos zombis y Esqueletos animados, Nagash les hizo excavar las cuevas de Pico Tullido y construir una torre de piedra. Este fue el origen de Nagashizzar, el Pozo Maldito, la fortaleza más grande y maligna del mundo.
Puesto que deseaba tener a más lacayos No Muertos, Nagash dedicó sus legiones a capturar y esclavizar a las tribus locales. Durante la luna nueva, estos desafortunados fueron arrastrados mientras pataleaban y gritaban hasta el altar de Nagash, donde éste les arrancaba el corazón. A continuación, sus cuerpos sin alma eran reanimados para servir eternamente a su siniestro señor.
Incapaces de resistir ante un ejército No Muerto, los hombres de las tribus empezaron a adorar al Gran Nigromante como a un dios, y enviaron pasivamente a las mejores doncellas y a los jóvenes más apuestos a la torre de Nagash como ofrendas. Esto halagó su vanidad y perdonó a las tribus, enseñándoles muchas cosas y levantando una nación maligna que obedecía sus órdenes. Para satisfacer su maligno humor, Nagash enseñó a los habitantes de la tribu el ritual del Festín Macabro que al final conduciría a un terrible destino a su pueblo.
En unos pocos cientos de años, Nagash había construido un imperio del mal alrededor de las costas del Mar Sulfuroso. Legiones de vivos con armadura negra luchaban junto a los tambaleantes cadáveres animados de sus compañeros muertos. Las pequeñas aldeas crecieron hasta convertirse en grandes pueblos. Las minas que había bajo la torre de Nagash fueron ampliadas hasta formar una gran rede de túneles que penetraban hacia el interior de la montaña.
Las fortificaciones alrededor de la torre crecieron como un cáncer en un cuerpo enfermo hasta cubrir varios kilómetros a la redonda. Así nació la ciudad-fortaleza de Nagashizzar, una torre inexpugnable, un laboratorio y una biblioteca de las oscuras artes, capital de la nación humana más vil que nunca ha existido en el Mundo Conocido. En el centro, como una araña en medio de una telaraña, Nagash situó su trono, levantado con calaveras humanas. Desde él proclamaba edictos que podían destruir reinos y causar la muerte de naciones enteres. Avanzó hasta la Llanura de los Huesos y controló a un poderoso dragón No Muerto con su voluntad. A partir de entonces, este monstruo seria su montura.
Pero incluso recluido en su inexpugnable fortaleza e ignorado por la mayor parte del mundo, Nagash seguí hallando enemigos.
Atraídos por la piedra de disformidad de Pico Tullido como polillas a una llama, los Skaven empezaron a infiltrarse sutilmente en la montaña. Los líderes de los hombres rata, los misteriosos Videntes Grises, la utilizaban en sus siniestros rituales, y ahora intentaban conseguir la piedra de disformidad que allí se encontraba. Invadieron los niveles inferiores de las minas de Pico Tullido e intentaron tomar la fortaleza como lo habían hecho recientemente con las ciudades de los Enanos del Norte, pero Nagashizzar era mucho más difícil de conquistar.
Aquí tenían que enfrentarse con incontables legiones de cadáveres animados y humanos fanáticos que temían más a su oscuro dios que a la muerte, ya que sabían que en cualquier caso, su amo les volvería a llamar de la muerte para recompensarles o castigarles. Durante décadas se3 sucedieron las violentas escaramuzas en las profundidades de la fortaleza. Los ejércitos Skaven avanzaron por el reino de Nagash y asediaron Nagashizzar con sus terribles armas. Los ejércitos del Gran Nigromante y su maligna magia les estaban esperando. Al final la batalla resultó en una sangrienta guerra de desgaste sin vencedor a la vista. Nagash tenía otros planes y los Skaven le distraían, así que cerró un infame pacto con los soberanos Skaven, el Consejo de los Trece.
A cambio de su ayuda, él les proporcionaría piedra de disformidad extraída de Pico Tullido. No era lo que el Consejo deseaba, pero era preferible a continuar una guerra incierta, donde era posible no conseguir nada. Los Skaven aceptaron el Trato.
Pero la constante exposición a la piedra de disformidad afectaba a Nagash. Construyó una gran armadura con una aleación de hierro y plomo procedente de un meteorito para protegerse de sus nocivos efectos. Sus seguidores no eran tan afortunados. El polvo de piedra de disformidad liberado por su explotación minera lo cubría todo. Penetró en el suelo y por las raíces pasó a las plantas enfermas, pasando asía al cuerpo de los animales enfermos que las comían.
Este polvo fue acumulándose en el cuerpo de los humanos que comían estas plantas, o los animales que previamente las habían ingerido, mutando lentamente. Perdieron el pelo y los dientes, adelgazaron y acabaron enfermando y muriendo. Los más afectados de todos fueron los que celebraron el Festín Macabro y se alimentaron de la carne de los suyos. Estos absorbieron la mayor parte de sustancia del Caos y degeneraron lentamente hasta convertirse en perversiones nocturnas, en Necrófagos, los elegidos de Nagash, adorados, odiados y temidos a la vez por sus semejantes.
El aire y la tierra estaban saturados con polvo de piedra de disformidad. Todo el mundo empezó a enfermar y morir, dejando sólo un desierto recorrido por Necrófagos que las generaciones futuras denominaron la Desolación de Nagash. Al Gran Nigromante no le importaba. Vivos o muertos, los habitantes de esa tierra les servirían a él, de una forma o de otra. La propagación del polvo y la llegada de los No Muertos precipitaron una migración de Orcos y Goblins, que se alejaron de ese territorio.
A lo largo de todos estos siglos, Nagash no olvidó la promesa hecha a los Reyes Sacerdotes de su antiguo país. Quería vengarse, y encontró aliados dentro de su propio país. Los Reyes Sacerdotes que habían estudiado su maligna herencia y que prolongaron sus vidas utilizando su elixir no habían permanecido ociosos.
Ellos también habían invocado demonios y experimentado con la Magia Oscura. Los gobernantes de Lamía avanzaron más allá del elixir. Su sangre quedó infectada con una extraña enfermedad. Siglos de consumo del elixir que prolonga la vida combinados con sus propios hechizos les habían trasformado en algo mejor y peor que un ser humano. Esos momentos evitaban la luz del sol y acechaban de noche. No querían comer ni beber, excepto sangre. Sus dientes se habían convertido en panda colmillos, su piel era blanca como el alabastro y sus ojos eran rojos y brillantes. Eran mucho mas fuertes que los hombres mortales. Eran los primeros Vampiros verduleros. Por la noche se alimentaban cíe sus propios súbditos. Unos pocos pudieron uniese a ellos en su no muerte.
Los otros Reyes Sacerdotes reunieron una vez mas sus ejércitos y se prepararon para la guerra. Los carruajes, tan numerosos que no podían contarse, avanzaban al frente de un gran ejercito de arqueros e infantería equipada con lanzas. Los Reyes Sacerdotes también recurrieron a su magia. Tuvo lugar una gran batalla, que los Reyes Sacerdotes vencieron. La población de Lahmia fue esclavizada, las pirámides derribadas, y los Vampiros expulsados. La mayoría huyeron hacia el Norte, y uno a uno llegaron a Nagashizzar, donde fueron acogidos por quien anteriormente había sido su peor enemigo. Nagash observo a estos corruptos inmortales y quedo satisfecho. Ante el tenia unos valiosos paladines para sus ejércitos. Su maldición era un tributo a su horrible genialidad.
Nagash ya había concebido su plan de ataque. Era un plan enloquecido y mortífero. Juro que convertirla todo el mundo en el Reino de los Muertos, en el que nada sucedería ni nada podría hacerse si el no lo permitía. Gobernaría un cementerio tan grande como el mundo, habitado por los muertos sin descanso El primer paso era eliminar a su antigua patria natal. Siguiendo sus ordenes, los Vampiros avanzaron al frente de sus legiones hacia la guerra. Sobre extrañas naves construidas con huesos, la borda No Muerta navegó por el Mar Sulfuroso, atravesando los Estrechos de Nagash basta el Mar Amargo, denominado así por el veneno que las aguas del Mar Sulfuroso habían arrastrado basta el. Las legiones No Muertas desembarcaron en el abandonado puerto de Lahmia y marcharon hacia el enemigo.
Nagash subestimo a sus antiguos compatriotas. Durante su ausencia, la Tierra del Gran Río había pasado de ser un cúmulo de ciudades estado a convertirse en un poderoso imperio dirigido por el Rey Sacerdote Alcadizaar el Conquistador. Alcadizaar fue el mejor general de su época y su imperio estaba en la cúspide de su poder. Cuando llegaron los No Muertos, se enfrentaron a la oposición de un estado unificado con un único ejercito Además, los hechiceros del Gran Reino habían progresado en el arte de la magia, especialmente en la construcción de armas mortíferas. Contra ellos ninguna victoria podía ser fácil.
Los Vampiros eran hechiceros poderosos y peligrosos enemigos Por donde avanzaban, el terror y el miedo atenazaban al enemigo, aunque no fueran invencibles. El frente de la guerra avanzo y retrocedió. Al principio, las legiones No Muertas avanzaron rápidamente. Después fueron los ejércitos de Alcadizaar los que ganaron terreno; sus carruajes atravesaban las tilas de muertos como las guadañas siegan el trigo. Al final venció Alcadizaar, con su gran armadura dorada brillando por la energía mágica contenida y su cimitarra mágica, mas rápida que la lengua de una serpiente del desierto junto a el luchaba su mujer y auriga, Khalida, que había jurado morir junto a su marido si era necesario.
Libraron batalla tras batalla basta destruir la ultima de las legiones de Nagash, obligando a los vampiros a huir a través del desierto hasta Nagashizzar, para informar a su siniestro señor del fracaso.
La furia de Nagash fue enorme. Maldeció a sus capitanes y lanzo terribles hechizos contra ellos. Hizo que conocieran el dolor para toda la eternidad, y sus aullidos proclamarían sus miserias a todos los hombres. Viendo como estaban las cosas. los Vampiros supervivientes huyeron de Nagashizzar por la noche, dispersándose en todas direcciones para confundir a sus perseguidores. De esta forma, su maldición acabo propagándose por todas las tierras de los hombres.
La furia de Nagash se prolongo durante toda una década, en la que siguió maquinando nuevos planes. Odio con fuerza al hombre que le había desbaratado sus planes, e ideo un plan de venganza tan cruel que los propios dioses temblaron y dejaron de observar el mundo.
Actuó con cautela. Sus agentes llevaron trozos de piedra de disformidad encantados con hechizos de muerte basta las fuentes del Gran Rió, corrompiendo los manantiales con su maldad, hasta que el agua coaguló y fluyo lentamente, teñida de color rojo sangre. El pueblo del Gran Reino tembló ante lo sucedido al río que constituía su vida. Uno a uno, todos los habitantes enfermaron y murieron.
Encargo a los Skaven atraer a tribus de Orcos y Goblins desde las Montanas del Fin del Mundo hasta Nagashizzar. Estos no sabían para que propósito quería Nagash a los Orcos, pero cobraron numerosos sacos de piedra de disformidad pura por su servicio.
Alcadizaar estaba sentado en su sala del trono mientras veía como su reino era destruido por un enemigo al que no podía derrotar. La peste iba propagándose por el país. La gente moría con grandes pústulas por toda la piel. Los médicos enfermaban al intentar curar a sus pacientes.
Los hombres huían de sus familias, muriendo mientras corrían. Durante algunos meses la Muerte recorrió el país hasta que los muertos eran mas numerosos que los vivos, y los cadáveres permanecían pudriéndose por las calles. El ganado recorría los campos sin nadie que lo vigilase, hasta que también moría. Todas las cosas vivas en el Gran Reino enfermaron. Alcadizaar vio morir a sus amigos uno a uno, después a sus hijos, después a su mujer. Alcadizaar era una excepción, como si algún poder maligno lo quisiera vivo. Finalmente quedó solo en su palacio, sentado en su trono dorado, llorando, mientras a lo lejos podía oírse a un infatigable ejercito avanzando.
Este ejercito apareció cuando todo el mundo había muerto: un gran ejercito de muertos. Los pocos supervivientes del ejercito de Alcadizaar estaban tan enfermos y demacrados que no podían impedir su avance ni un segundo. Los No Muertos, inmunes a la enfermedad, avanzaban de extremo a extremo del país, y no descansaron hasta haber matado a todo hombre, mujer y niño, e incluso a bestias, pájaros y perros. Todos excepto uno. Capturaron a Alcadizaar en su sala del trono y lo arrastraron cargado de cadenas hasta el Pozo Maldito. Lo arrojaron a los pies del trono de Nagash, y tuvo que enfrentarse a la horrorosa forma del Gran Nigromante en persona.
Nagash explico a Alcadizaar lo que sucedería a continuación: todos los increíbles detalles de su demencial plan. Nagash le contó que pensaba reanimar a todos los muertos del Gran Reino, y utilizarlos como soldados en su plan para conquistar el mundo. Horrorizado, Alcadizaar fue arrojado a una de las mazmorras de Nagash a la espera de los deseos del siniestro hechicero.
Las explicaciones de Nagash al rey no eran amenazas vacías. Estaba decidido a seguir con su plan, y podía hacerlo.
Durante un ritual que duró días, consumió cantidades ingentes de piedra de disformidad, hasta que su cuerpo ardía con la energía de la piedra, y su sangre quedó saturada. La poca piel que le quedaba ardió, y se convirtió en poco mas que un esqueleto viviente con una negra armadura. Los Orcos y los Goblins fueron conducidos drogados desde las mazmorras hasta el negro altar donde uno a uno fueron sacrificados, y sus almas devoradas por el Gran Nigromante para aumentar su poder. Durante una noche y un día enteros, mientras Mórrsleib brillaba en el cielo, Nagash cantó las silabas de su último y más poderoso hechizo. En las mazmorras, los pocos Orcos supervivientes temblaban y aullaban. Por todo el continente los seres vivos tuvieron pesadillas.
En las profundidades del Mar Sulfuroso brillaron luces extrañas. Desde lo alto de su torre, Nagash lanzo al aire puñados del brillante polvo negro.
Los fríos vientos lo alejaron de Nagashizzar, cayendo como si fuera lluvia sobre las ciudades y necrópolis del Gran Reino. Por unos instantes todo permaneció calmado. Poco después, los muertos empezaron a moverse por todo el país. Una fría luz verde penetro en miles de ojos podridos. Los cadáveres de los apestados frieron levantándose uno a uno y caminaron. Los muertos se sacudieron el polvo de eones y salieron de sus tumbas. Los guerreros No Muertos montaron en sus carruajes y avanzaron por la embrujada noche. Los Caballeros No Muertos emergieron de sus guaridas, reuniéndose todos los seres inmundos. Los innumerables muertos formaron en disciplinadas filas. Las amortajadas momias de los reyes muertos hacia mucho emergieron de sus pirámides para ponerse al mando de los restos de sus antiguos súbditos. Reanimado por la poderosa voluntad de Nagash, el ejército mas grande que jamás ha visto el mundo empezó a converger sobre Nagashizzar.
Exhausto por la gran cantidad de energía que había necesitado para lanzar el hechizo, Nagash entro en un profundo trance sobre su trono. Mientras el ejercito de No Muertos avanzaba hacia allí, un silencio sepulcral dominó Nagashizzar. Era como si la muerte hubiera llegado realmente a la capital del Gran Nigromante.
La descarga de energía fue tan grande que no paso desapercibido en otras partes del mundo. El Consejo de los Trece entendió finalmente las intenciones de Nagash, y sus miembros quedaron aterrorizados. Con los incontables guerreros muertos del Gran Reino bajo sus ordenes, Nagash sería invencible. Ya no necesitaría nunca mas la ayuda de los Skaven. Seguramente les haría pagar caros sus anteriores ataques contra su reino. Descubriendo que, de momento, el Gran Nigromante también descansaba, decidieron aprovechar la que podría ser su única oportunidad de detenerle. Pese a que la misión era crucial, no encontraron a ningún Skaven en el que pudieran confiar para dar muerte al Gran Nigromante. Muchos miembros del Consejo dudaban de la eficacia de sus armas para matar a Nagash; otros simplemente temían que despertara cuando entraran en su sala del trono. Todos conocían su temible poder, y nadie quería enfrentarse a él si despertaba.
Finalmente concibieron otro plan. El Consejo reunió rápidamente sus poderes y crearon una espada muy poderosa, cubierta de runas de un poder tan grande que al final serian tan mortíferas para quien la empuñara como para Nagash. Esto no preocupaba al Consejo de los Trece ya que ninguno de ellos pensaba utilizar el arma. Enviaron a sus lacayos mas audaces a las mazmorras de Nagash, con el arma dentro de una caja de plomo. Siguiendo caminos secretos, los Skaven llegaron al corazón de la fortaleza del Nigromante. Ningún centinela dio la alarma, y los hombres rata llegaron a la celda donde estaba Alcadizaar cargado de cadenas.
Sin explicación alguna, liberaron a Alcadizaar y le mostraron la espada. A causa de la magia del arma, cuando el rey la cogió, sintió el camino que debía seguir para llegar a la sala del trono del Nigromante. Ignorando a los hombres ratas que huían, Alcadizaar atravesó los fétidos corredores de la mortalmente silenciosa torre. Finalmente llego a la sala del trono del Gran Nigromante. Avanzo silenciosamente por el suelo de mármol negro hasta llegar frente a la enorme y silenciosa figura de Nagash.
El fuego de los ojos del Nigromante No Muerto estaba apagado. No se movía. Las runas de su corona no tenían ningún brillo interior. Por unos instantes Alcadizaar se preguntó si eso no sería algún perverso truco, alguna forma nueva de tortura, pero en el fondo no le importaba. Levantó su espada y golpeo describiendo un arco.
En el ultimo momento, avisado por un sexto sentido, Nagash levantó su brazo para evitar el golpe mortal. La espada Skaven atravesó su muñeca y su garra cayó al suelo. La hechicería que empapaba el cuerpo del Nigromante No Muerto era tan maligna que la mano mantuvo una cierta animación y huyó por el corredor como una gigantesca y horrible arana. Nagash todavía estaba exhausto por el Gran Ritual, pero su poder era enorme. Lanzó terribles hechizos a Alcadizaar que casi arrancaron la piel de su cuerpo.
El Consejo de los Trece utilizaba todo su poder desde muy lejos para proteger a su instrumento humano. Utilizaron desesperadamente todas sus fuerzas para desviar los rayos de Nagash. Los labios descarnados del Nigromante emitieron un silbido de frustración. Alcadizaar volvió a atacar, atravesando las costillas de Nagash, y le partió el espinazo. Nagash le arañó con la garra que le quedaba. y agarró a Alcadizaar por el cuello, estrangulándole. Donde las garras del Nigromante No Muerto profundizaron mas, el cuello del hombre acaba manchado de sangre. Nagash le levanto con una mano basta que los pies de Alcadizaar no tocaban el suelo.
No podía respirar, la oscuridad se cernía sobre él, y Alcadizaar intentó frenéticamente liberarse, cortando el brazo del Nigromante a la altura del codo. Cayó al suelo y atacó desesperadamente a Nagash. Las runas Skaven de la espada afectaron finalmente a Nagash, que empezó a perder su vitalidad sobrenatural. Su cuerpo, que había desafiado el paso del tiempo, empezó a convertirse en polvo. Al sentir cercana la victoria, Alcadizaar siguió atacando, partiendo al Nigromante en miles de pedazos.
Finalmente, cuando ya no se movía, Alcadizaar cogió la corona de la cabeza de Nagash y salió tambaleándose de la fortaleza. Este era el momento que los Skaven estaban esperando. Sus tropas atacaron rápidamente y llevaron los restos despedazados del cuerpo de Nagash a sus forjas. Cada trozo del Gran Nigromante fue quemado en los fuegos de piedra de disformidad que había utilizado para crear sus artefactos. El único pedazo de Nagash que nunca pudieron encontrar fue su garra, por lo que una parte de Nagash seguía viva.
Con la muerte del Gran Nigromante, muchos de los cadáveres animados por él cayeron, convertidos en polvo. Sin embargo, las energías liberadas por Nagash en la gran invocación eran tan grandes que no pudieron disiparse totalmente. Muchos de los antiguos habitantes del Reino de los Muertos siguieron atrapados en su espectral no-vida, y algunos de ellos regresaron lentamente al lugar que mejor conocían, sus propias necrópolis, donde retomaron una siniestra no vida que era el reflejo de sus días como seres vivos. Así nació el Reino de los Muertos. Algunos siguieron vagando por el mundo, propagando el terror y la desolación por donde pasaban. Sin embargo, por el momento, la amenaza del Gran Nigromante había terminado.
La resurrección de Nagash.
Después de la destrucción de Nagash, Alcadizaar vagó por el Pozo Maldito medio enloquecido por el horror que había presenciado y por su exposición a la perniciosa influencia de la Espada de la Muerte del Consejo de los Trece. Aunque la fortaleza estaba llena a rebosar de Skaven, solo los mas locos intentaron impedirle el paso cuando vieron el arma. Los pocos que intentaron impedirle el paso murieron casi instantáneamente.
Alcadizaar abandonó la ciudadela del Gran Nigromante. Había destruido al enemigo mas peligroso al que ningún hombre se hubiera enfrentado nunca, pero el precio fue muy elevado. Las energías letales del arma lo estaban matando lentamente. Su mano estaba quemada por donde empuñaba el arma, que finalmente lanzo a una grieta en el exterior del Pozo Maldito. Conservo la Corona de Nagash.
Enloquecido y agonizante, caminó hacia el Norte, hacía las Montanas del Fin del Mundo, desplomándose en las aguas del Río Ciego), y abogándose en el. Su cuerpo congelado fue arrastrado hacia las Tierras Yermas, aferrado todavía a la corona en un feroz abrazo de muerte. En esa época, las Tierras Yermas eran un país dividido, con guerras continuas entre tribus nómadas humanas y clanes de brutales Orcos. El cuerpo congelado y medio devorado de Alcadizaar fue encontrado al fundirse la nieve en primavera, junto a la orilla del Río Ciego. Lo encontró Kadon, el Shamán de la tribu Lodringen. Kadon vio que Alcadizaar era un poderoso rey y ordenó que construyeran un túmulo para su cadáver. Sintió una extraña atracción hacia la corona y se quedo con ella, para su eterna condenación.
La corona conservaba parte del espíritu del Gran Nigromante. y enseñó a Kadon algunos de los secretos de Nagash. Los sueños de Kadon estaban llenos de promesas susurradas, y su mente empezó a sonar en un imperio. Su noble alma pronto quedo corrompida por el mal latente en la corona. Explicó a los miembros de la tribu que tenía visiones que le ordenaban construir una ciudad junto al túmulo de Alcadizaar. La ciudad debía llamarse Morgheim, que en el idioma de su pueblo quería decir Lugar del Muerto. Por un breve periodo de tiempo, en las Tierras Yermas floreció una débil civilización que abarcaba desde las costas del Golfo Negro basta la entrada del Paso del Perro Loco, desde el Rió de la Sangre basta el borde de las Marismas de la Locura. Incluso establecieron colonias en el área que posteriormente seria conocida como los Reinos Fronterizos. Los Orcos fueron expulsados de las Tierras Yermas hacia las Montanas del Fin del Mundo.
La mente de Kadon estaba llena de terribles visiones: empezó a recrear los Libros de Nagash, a escribir la oscura historia del Gran Nigromante y a dejar constancia sobre el papel de muchos de sus secretos conocimientos. Sus visiones estaban deformadas por la corona, y acabó adorando a Nagash como a un dios, obligando a sus seguidores a hacer lo mismo. El culto de Nagash pronto renació, y las criaturas No Muertas vigilaban sus templos. El propio Kadon vivía en un palacio de mármol negro construido sobre la entrada al túmulo de Alcadizaar, y era considerado el adorador más devoto de Nagash.
Las Tierras Yermas no eran fértiles, y la población de Morgheim nunca fue demasiado grande, pero con el trabajo de los infatigables Zombis, pudieron construirse ciudadelas y excavarse túmulos. Se construyeron carreteras para comunicar los rincones más alejados del país con su capital.
Kadon no era un mero acólito, sino un potente hechicero por derecho propio. Cuando su mente adquirió los conocimientos del Nigromante, empezó a crear sus propios hechizos. Escribió su infame Grimorio con tinta obtenida de destilar sangre, en un volumen forrado con piel humana. En Morgheim tuvieron lugar actos malignos mucho más siniestros aún. Los Enanos que anteriormente comerciaban con estos humanos dejaron de hacerlo y les evitaron.
Gracias a la energía de la corona, los acólitos de Kadon encontraron la garra amputada de Nagash. Kadon recogió la garra y la cubrió de temibles hechizos, convirtiéndola en un artefacto del mal que utilizó para intimidar a sus seguidores. los ejércitos de Morgheim asediaron la fortaleza Enana de Barak-Varr, pero sus muros revestidlos de metal resistieron y finalmente tuvieron que retirarse. Los Nigromantes de Morgheim se volvieron introvertidos y decadentes, y el periodo de expansión concluyó.
Entonces empezaron las invasiones de las salvajes hordas de Orcos de las montanas al mando del Señor de la Guerra Dork Ojo Rojo. Ojo Rojo estaba armado con un arma mágica que le protegía de la magia maligna, y los lacayos de los No Muertos no pudieron detener a su salvaje horda. Los aullantes demonios de piel verde pasaron al reino de Kadon a espada y fuego, haciendo huir a los supervivientes hacia el Norte. Kadon murió a manos del propio Ojo Rojo en un mítico duelo entre las calles en llamas de Morgheim. A su muerte, el reino desapareció. El principal discípulo de Kadon cogió la cabeza de su maestro muerto y huyó hacia el Norte, habiendo de esconderse a menudo de la persecución de los Orcos.
Actualmente no queda casi ningún rastro del perdido reino de Morgheim, excepto unas cuantas ruinas chamuscadas y túmulos embrujados, en el interior de los cuales habitan seres malignos. Estos restos enfermizos del reino perdido forman parte de los túmulos que están dispersos por las Tierras Yermas y los Reinos Fronterizos. Algunas criaturas sobrevivieron enterrándose vivas en los túmulos, mientras sus espíritus malignos todavía vagan por los alrededores. Otros sobrevivieron a la caída del reino, llevándose sus conocimientos hacia el Norte, hacia las tierras donde estaba despertando un nuevo poder. El dios humano llamado Sigmar había unificado a las tribus salvajes de los hombres, forjando un imperio a sangre y fuego. En el interior de su reino había muchos rincones apartados donde los Nigromantes podían practicar sus malas artes.
A la vez que Sigmar fundaba su Imperio, por el Norte circularon extraños rumores sobre el renacimiento de un viejo mal.
El Consejo de los Trece creía que había destruido a Nagash. Estaban equivocados: un ser tan poderoso, tan conocedor de la No Muerte, no podía ser eliminado tan fácilmente. Su forma corpórea había sido destruida, pero su espíritu seguía vivo. Espero más allá de la muerte, todavía ligado al mundo por la presencia de su garra, su corona y su tumba. Nagash había planeado hacía mucho tiempo la posibilidad de su muerte, y parte de su espíritu y su poder saturaba su corona, permitiéndole seguir en contacto con el mundo de los vivos. Aunque tardaría siglos Nagash volvería, y al hacerlo, lo haría de la forma más espectacularmente horrible.
Su cuerpo había sido incinerado en los hornos de Nagashizzar. De su cuerpo sólo quedaron unas partículas de fino polvo negro, esparcidas por el mundo. Estas partículas fueron atrayéndose entre sí una a una. A lo largo de los siglos, estos fragmentos minúsculos empezaron a condensarse sobre la Desolación de Nagash. formando putrescentes gotas negras que poco a poco fueron desplazándose centímetro a centímetro por todo el país hasta la Pirámide Negra de Nagash en Khemri. El sarcófago fue llenándose poco a poco (a razón de una gota al año) de este líquido negro, formando una oscura crisálida de la cual renació su maligno ser.
Cuando el fluido solidificó, algunas partes siguieron endureciéndose hasta formar huesos. Por encima de este oscuro esqueleto crecieron órganos antinaturales. Trozos de venas como gusanos penetraron en los músculos recién formados. Un siniestro caparazón de piel ósea empezó a cubrir su masa. Sólo la mano derecha, amputada por Alcadizaar, no volvió a crecer. Una fría noche, siglos después de ser derrotado por los Skaven, la tapa del sarcófago se abrió y Nagash surgió de él. renacido una vez más en el mundo.
En el exterior de su tumba, Khemri seguía existiendo. Nagash permaneció de pie sobre su pirámide mientras absorbía energía oscura. Aunque todavía era mucho más poderoso de lo que cualquier mortal podía medir, era una pálida sombra de lo que había sido. Estaba agotado por su largo regreso de la muerte, y porque parte de su poder aún estaba perdido, saturando su corona y su garra. Llamó a los muertos de Khemri, pero estos le odiaban tanto en la muerte como lo habían hecho en vida, y ya no tenía el poder de someterlos a su voluntad como lo había tenido anteriormente. Pudo controlar una parte de los incontables muertos de Khemri, pero los demás se rebelaron, provocando una guerra civil dentro de la más grande de las necrópolis.
Nagash acabó cansándose de esta situación y visitó las otras ciudades de los muertos. En ellas ocurrió lo mismo. Los muertos le recordaban, y le odiaban con un odio extraño y sobrenatural que habían sido engendrado durante siglos. Aunque individualmente ninguno de los Reyes Funerarios podía enfrentarse a Nagash, éste no podía resistir contra la alianza formada contra él. Por segunda vez en la historia de su larga no-vida, Nagash era expulsado de su país natal. Meditó sobre su derrota y decidió que volvería a utilizar la energía de la piedra de disformidad para aumentar su fuerza y vengarse de sus enemigos. Una vez mas viajo hacia el Norte, siguiendo el camino que tanto tiempo atrás le condujo a las orillas del Mar Sulfuroso. Esta vez estaba acompañado por un ejercito de leales seguidores No Muertos.
Cuando por fin llegó a Nagashizzar, comprobó que los Skaven habían ocupado el lugar. Durante años habían explotado la piedra de disformidad, utilizándola para sus propios propósitos hasta haberla extinguido casi por completo. Nagashizzar había pasado a ser una enorme madriguera de hombres rata, aunque relativamente poco poblada ya que en la Desolación de Nagash no crecía nada comestible y tenían que importarlo todo desde las demás guaridas Skaven a cambio de piedra de disformidad.
Nagash llego a las puertas de su antigua fortaleza y exigió que se rindiera. El comandante Skaven de la guarnición le miró y maldijo, insultándole en su propio idioma. Nagash le mató con una palabra, y abrió las puertas de Nagashizzar con otra. Ya que él mismo las había forjado y conocía todas las órdenes secretas a las que respondían. En una noche, las fuerzas de Nagash barrieron el Pozo Maldito y aniquilaron a los sorprendidos Skaven, expulsándoles de la ciudad.
Nagash controlaba su ciudadela, pero inmediatamente quedó preso de Una furia incomprensible para ningún mortal, ya que descubrió que Los Skaven habían casi agotado la piedra de disformidad. Las instalaciones que había utilizado para refinar, concentrar y purificar la piedra para sus propios fines estaban completamente destruidas. Aunque no estuvieran destruidas, no quedaba suficiente piedra de disformidad para repetir el Gran Ritual. Ignorando los ejércitos enviados por el Consejo de los Trece para recuperar Nagashizzar, el Gran Nigromante empezó a trabajar. Primero trabajó en las forjas, construyendo una garra metálica para reemplazar su perdida garra. Sus huestes de No Muertos tenían instrucciones, bajo su supervisón, para construirla.
La garra artificial estaba astutamente elaborada y cubierta por inquietantes runas que hacían imposible mirarla. Era flexible y podía utilizarse como una mano normal, pero era mucho más fuerte. Nagash podía empuñar nuevamente un arma, y crear mas artefactos con sus propias manos. Invocó a los espíritus de los muertos y les interrogó sobre lo sucedido, reconstruyendo poco a poco los acontecimientos que habían tenido lugar en su larga ausencia. Supo de la desaparición de Alcadizaar, de como había enloquecido y muerto por la corona y la exposición a la Espada de la Muerte Skaven. Finalmente centro sus atención en el Norte, donde el heredero de Kadon, Morath, tenía la corona.
Cubriéndose con una capa negra y protegido por numerosos hechizos de gran poder, Nagash marchó de incógnito hacia las tierras del Norte. decidido a reclamar lo que era suyo. Largo fue el camino, y muchas las batallas que libró durante su duro viaje hacia las frías tierras del Norte. Nagash atravesó tierras donde los robustos Enanos combatían contra Orcos y Goblins, y donde los seguidores del Caos todavía acechaban. Al final llegó a las tierras del recién nacido Imperio y estableció su residencia en las ruinas de la ciudad Elfica de Athel Tamara, abandonada desde hacía mucho tiempo. Convirtió la ciudad en su base de operaciones, desde la cual exploró todo el Norte en busca de su corona.
Nagash envió mensajeros desde las ruinas para que localizaran al heredero de Kadon. Pero Morath estaba muerto. El hechicero maligno había muerto a manos de Sigmar, y la corona estaba en posesión del primer Emperador. Habiendo sentido su gran maldad, Sigmar no quiso utilizada y la guardó bajo llave en su sala del tesoro, lejos de los ojos que pudieran estar tentados de utilizarla.
Nagash envió mensajeros al campamento de Sigmar reclamando su corona y ofreciéndole riquezas infinitas a cambio. Una gran figura encapuchada, montada sobre un Carroñero, descendió sobre el campamento. Todo el mundo estaba acobardado cuando la oscura figura desmontó y presentó las demandas de su señor con voz de ultratumba.
El mensajero estaba rodeado por un hedor a maldad y descomposición, y todos los que le miraban quedaban acobardados, pidiendo a su líder que le entregara la corona. Sin embargo, Sigmar no tenía intención de entregar la corona, y viendo la decidida actitud de su líder, los guerreros cobraron nuevos ánimos. Su alegría acabó cuando el mensajero volvió a hablar, diciendo que eran unos locos que no vivirían lo suficiente para lamentar su decisión. Sigmar levantó su gran martillo Ghal Mharaz y golpeó a la criatura No Muerta. Esta se descompuso sobre sí misma, dejando sólo una oscura capa tras él. Sigmar ordenó que sus restos fueran quemados.
Nagash dedicó muchos meses a reunir sus fuerzas. Con sus hechizos animó legiones de muertos de los cementerios y otras criaturas de la oscuridad acudieron a su llamada hasta formar un poderoso ejército No Muerto. Al fin estaba listo para emprender una guerra contra Sigmar y su pueblo. El gran ejército de muertos andantes avanzó por los bosques del Imperio, matando a todo aquel que encontraban. Los muertos pasaban a engrosar las filas del ejercito. Muchos hombres murieron, y otros muchos que huyeron ante el avance del ejército de No Muertos hicieron correr la noticia de la llegada de Nagash. Nagash comprendió la importancia de tener el miedo como aliado.
Y los hombres del Norte estaban asustados. Habían derrotado a los Orcos y expulsado a todos sus enemigos anteriores, pero ahora debían enfrentarse a un enemigo que les hacía temblar y parecía invencible. De todos ellos Sigmar era el único que no tenía miedo. Pidió ayuda a sus aliados Enanos, y forjó muchas armas con magia poderosa contra sus enemigos No Muertos.
Los dos ejércitos se enfrentaron en las orillas del río Reik, a finales de la primavera del ano 15 Imperial. Era un enfrentamiento equilibrado y que causaría grandes sufrimientos. Los humanos y los Enanos eran tropas decididas, Los regimientos No Muertos de Esqueletos animados y cadáveres andantes avanzaban como autómatas, cada paso perfectamente sincronizado con el ritmo de un tambor de piel humana. Los Carroñeros oscurecían el cielo sobre sus cabezas. Los Vampiros acechaban en la rojiza oscuridad. Los Necrófagos devoraban a muertos y a heridos indistintamente. Los Caballeros No Muertos agarraban a los hombres con su frío abrazo. El ejercito de Nagash cargó y rompió como una ola contra el imperturbable muro de escudos Enanos. Las fuerzas de Sigmar contra-cargaron y empezó un combate cuerpo a cuerpo generalizado que enfrentó a hombres contra monstruos por todo el campo de batalla.
Entre todos los muertos andaban dos seres poderosos como dioses. Sigmar dirigía carga tras carga de los hombres de Unberogens. Su temible martillo de guerra le hacia una máquina de destrucción viviente, dejando un rastro de muerte tras él mientras atravesaba las líneas enemigas. Nagash, montado en un gran carruaje negro, se abría paso entre los combatientes, empuñando una negra espada rúnica aullante que sostenía con su garra metálica. Estos dos titanes se enfrentaron en el centro de la batalla. Sigmar saltó sobre el carruaje en marcha, y luchó contra el Nigromante No Muerto. Fue una lucha entre seres con fuerzas extraordinarias que hizo que los dos cayeran rodando del vehículo al suelo.
Los dos combatieron durante una hora mientras la batalla rugía a su alrededor. Nagash golpeó a Sigmar en el brazo, causándole una herida envenenada. Notando como le fallaban las fuerzas, Sigmar arremetió en un enloquecido ataque final. El martillo era como un trueno en sus manos. Golpeó una y otra vez al Gran Nigromante, que retrocedió hasta el río. Nagash invocó a sus esbirros más poderosos para que le ayudaran. Los Vampiros atacaron al Emperador. Sigmar golpeó a diestra y siniestra, derribándoles y matándoles de un golpe.
Notando la debilidad de su enemigo, Nagash se puso en pie. Sigmar jadeaba delante suyo. Ambos sabían que éste era el duelo final. Sigmar, aunque herido, atacó de nuevo. Su martillo descendió como un meteoro. Nagash detuvo el ataque y el martillo no le alcanzó. Durante bastante tiempo, los dos forcejearon. Cuando sus armas chocaban saltaban chispas. El atronador sonido de metal chocando contra metal acallaba los gritos de los moribundos. Sus tendones, duros como el acero, empujaban con vitalidad sobrenatural. Los ojos azules y fríos estaban trabados con el interior de unas horrendas cuencas vacías. Al final ganó Sigmar, desarmando al Gran Nigromante y golpeando con su arma la cabeza de su enemigo.
Al morir el Nigromante, de su cráneo roto surgió una oscura nube que subió como una columna de gas envenenado sobre el campo de batalla; el humo se dirigió hacia el Sur. Las legiones animadas por su oscura fuerza de voluntad quedaron destruidas. Los Esqueletos quedaron desechos en montones de huesos, los Zombis trastabillaron y cayeron, descomponiéndose ante los ojos de los hombres hasta convertirse en montones de carne podrida. Los Vampiros y los Necrófagos huyeron hacia lo más profundo de los bosques. Al acabar la batalla, Sigmar se tambaleó y cayó.
El hombre dios necesitó varios meses para recuperarse de la herida causada por Nagash, aunque nunca pudo recuperar por completo su fuerza. Por otra parte, el Gran Nigromante necesitó varios siglos para volver a recomponer su forma mortal en su gran sarcófago de Khemri. Había aprendido una amarga lección. En el mundo ya existían poderes comparables al suyo. Decidió ser más cuidadoso la próxima vez. A partir de ese día, ha vivido en Nagashizzar como una pálida sombra de su anterior poder, utilizando una gran red de agentes para hacer cumplir sus órdenes.
Espero que os gustase. ;)
El Gran Nigromante
"En este terrible desierto, bajo la pálida luz de la luna, los muertos caminan. Vagan por las dunas en las frías noches sin viento. Sostienen en alto sus armas en un burlón desafío a toda la vida, y a veces, con sus fantasmagóricas voces resecas como el susurro de hojas marchitas, susurran la palabra que recuerdan de cuando estaban vivos, el nombre de su viejo y siniestro amo. Susurran el nombre de Nagash."
De "El Libro de los Muertos",
De Abdul-ben-Raschid, traducido del árabe por Heinrich Kemmler.
Al Sur del Imperio, al Sur de los Reinos Fronterizos, al Sur incluso de las Tierras Yermas y Karak Azul, se encuentra una tierra de la que pocos hombres hablan. Incluso aquellos que conocen su nombre verdadero no pronuncian este nombre en voz alta, prefiriendo referirse a ella, con voz queda, llamándola el Reino de los Muertos. Pocos hombres han estado en ella y han podido regresar para contarlo. El enloquecido príncipe árabe Abdul-ben-Raschid recorrió esta tierra con un único objetivo: buscar la inspiración para su blastema obra maestra, El Libro de los Muertos. Muchos estudiosos deben sus conocimientos sobre el Reino de los Muertos a las pocas copias de este poema que han sobrevivido.
Ben-Raschid no vivió para ver la repulsión generalizada que su obra provocó en el publico. El Califa de Ka-saber ordenó quemar todas las copias del libro. El Príncipe loco murió en extrañas circunstancias, estrangulado por unas manos invisibles en el interior de una habitación con una única puerta cerrada por dentro. Cuando sus criados finalmente pudieron derribar la puerta sólo encontraron su frío cadáver con la cara de color púrpura. El cuerpo estaba tan frío al tacto que quemó las manos de los que intentaron levantarlo. Los cruzados, al volver de su periplo por Arabia, llevaron algunos ejemplares de su obra hacia el Viejo Mundo, pero muchos de ellos hubieron de lamentar su decisión.
El libro de los Muertos habla del gran desierto situados al este de Arabia donde pueden encontrarse las necrópolis, ciudades funerarias para los muertos que no se conforman con su destino, Cada necrópolis contiene incontables mausoleos y pirámides en las que habitan unos seres que es preferible no conocer. Durante el día la ardiente arena entre las tumbas esta vacía, y solo algunas grandes serpientes reptan entre las ruinas. Pero en ciertas noches oscuras, los cadáveres de los muertos salen de sus moradas y se ocupan de sus asuntos, en una siniestra parodia de sus vidas anteriores. Reparan las tumbas erosionadas por el tiempo patrullan las fronteras de sus necrópolis. A veces marchan para combatir contra los habitantes muertos de otras ciudades funerarias.
A veces, los gobernantes No Muertos de las necrópolis hacen pactos y alianzas, y sus hordas invaden Arabia, O las tierras del Norte. Durante las Cruzadas, las fuerzas del Rey Esteban de Estalia destruyeron un gran ejército de No Muertos de la ciudad maldita de Lahmia en la batalla de Shanidaar. Los cruzados vencieron, pero el miedo que sintieron fue tan grande que volvieron hacía el Este y embarcaron hacia su hogar cuando tenían la victoria a su alcance.
Ben-Raschid describe a una aristocracia maldita de gobernantes No Muertos en el interior de cada pirámide. Son poderosos Reyes sacerdotes que están sentados en sus tronos dorados, en medio de un esplendor perdido en el que sueñan continuamente con siniestra nostalgia de su pasada gloria, dando ocasionalmente terribles órdenes a sus amortajados cortesanos. Estos nobles momificados son a su vez servicios por hordas de lacayos esqueléticos, que corren para obedecer hasta los deseos mas mórbidos de sus amos. Espíritus medio desvanecidos farfullan incomprensiblemente por los corredores cubiertos de telarañas. Todos están atrapados en el eterno baile de los muertos hasta el final de la eternidad, enfrascados en antiguos rituales de adoración al Gran Nigromante que los condenó a esta terrible no vida.
En el corazón de este vasto desierto se encuentra la ciudad maldita de Khemri, en el centro de la cual destacan las dos estructuras mas grandes jamás edificadas por el hombre; una de ellas es la terrible Gran Pirámide de Khemri, que sobresale de las ruinas mas de cien veces la altura de un hombre. Pero incluso esta pirámide es insignificante, como un Enano lo es ante un elefante, ante la Pirámide Negra de Nagash, una horripilante maravilla para todos los que la contemplan. Ben-Raschid dice en si obra que en las calles de Khemri hay espíritus inquietos al acecho, esperando devorar la fuerza vital de los vivos, y que el gran sarcófago de Nagash, en el interior del cual se dice que yace el Gran Nigromante mientras recupera sus energías, se encuentra ahora vacío. Mucha gente bien informada atribuye las palabras del Príncipe Loco a los delirios de un hombre que perdió el juicio por su adicción a la raíz de bruja Los pocos que conocen su secreto saben que la explicación verdadera es mucho más terrible.
La mejor fuente de conocimientos que tienen los eruditos Imperiales sobre el tema es el infame Liber Mortis del Nigromante Frederick van Hal, también conocido por las nuevas generaciones como Vanhal. La única copia completa que existe de este libro está guardada bajo llave en las bóvedas del Templo de Sigmar en Altdorf. Este libro sólo pueden estudiarlo los eruditos de corazón mas puro, y sólo bajo una dispensa especial del Gran Teogonista en persona.
Este permiso normalmente sólo es concedido cuando los grandes ejércitos de No Muertos amenazan al Imperio. Vanhal fue un Nigromante que vivió durante la Gran Plaga, y realizó su obra maestra a partir de has traducciones que Kadon hizo de los Nueve Libros de Nagash.
No contento con su imperfecta traducción de los desvaríos del Nigromante, Vanhal efectuó varios peregrinajes al Reino de los Muertos. Protegido por los hechizos más poderosos conversó con los habitantes de las ciudades funerarias e investigó los secretos mas oscuros de la antigüedad Durante ha Geheimnisnacht (la Noche de los Muertos) consultó con los demonios aullantes, y entresacó algunos retazos de verdad entre todas sus mentiras. Incluso los demonios del Caos recuerdan las infames acciones de Nagash.
Nuestros conocimientos parciales e incompletos de la historia del Gran Nigromante, y de las antiguas tierras que antaño gobernó y destruyó, se deben al Liber Mortis.
El Reino de los Muertos es una tierra salvaje cubierta de arena. El Gran Rió es venenoso y tiene el color de la sangre, y los viajeros no pueden aliviar su sed en él. Es cierto que las ciudades están vacías de vida; se trata de meras ruinas junto a las grandes necrópolis. Es cierto que las carreteras hace mucho que han sido enterradas por la arena, dejando entrever tan sólo la parte superior de algunas estatuas y algunos monumentos erosionados por el viento para indicar su existencia. Los pocos viajeros que han regresado han contado que todo está vacío y desolado, y que un terrible honor y melancolía llenaba sus corazones mientras duró su estancia. Es cierto que en esta tierra no vive nada, pero no siempre fue así.
Unos dos milenios antes del nacimiento de Sigmar, surgió una gran civilización a lo largo de las orillas del Gran Río. Sus habitantes construyeron ciudades, barcos y carreteras. Lucharon entre ellos utilizando carruajes de guerra, arcos y lanzas. Estaban gobernados por los Reyes Sacerdotes cuya voluntad era ley. Con el transcurso de las generaciones los reyes Sacerdotes empezaron a obsesionarse cada vea más con la inmortalidad, y construyeron tumbas cada vez más grandes y elaboradas, convencidos que éstas serían sus casas para toda la eternidad. Sus mujeres y sirvientes eran enterrados vivos con ellos cuando morían. Esta práctica empezó a extenderse por toda la sociedad hasta que todo aquel que podía permitírselo invertía una buena parte de sus riquezas terrenales en su tumba. En los desiertos a las ciudades pronto surgieron las necrópolis, las ciudades fueron haciéndose más grandes, mayores incluso que las poblaciones de los vivos.
Los Reyes Sacerdotes rivalizaron para dejar tras de si monumentos mayores que los de otros Reyes Sacerdotes, y las pirámides fueron cada vez más grandes, vigiladas por estatuas titánicas, fortificadas como torres gigantescas, construidas para proteger a sus habitantes toda la eternidad. Las puertas de las partes superiores de las pirámides estaban comunicadas entre sí mediante puentes, como si sus habitantes hubieran di visitar a sus vecinos. Estas ciudades acabaron formando una gran red de estructuras intercomunicadas. La práctica de saturar los cuerpos con preservadores alquímicos especiales y amortajar los cadáveres con sudarios fue extendiéndose cada vez más. Los príncipes guerreros eran enterrados con toda su armadura, sus carruajes, y los caballos que tiraban de ellos. Cada necrópolis ponto contuvo legiones de muertos.
Unos dos mil años antes del nacimiento de Sigmar, aproximadamente hace unos cuatro mil quinientos años, Nagash nació en Khemri, la liudad mas grande del Gran Río. Era el hermano del Rey Sacerdote reinante, un poderoso guerrero muy versado en la magia primitiva de su gente. Desde muy pequeño, Nagash estuvo obsesionado con la muerte. Recorrió las necrópolis de la ciudad y penetró en las viejas tumbas. Observó a los embalsamadores cuando preparaban a los muertos antes del entierro. Observó como los guerreros heridos en la batalla se extinguían y morían, y decidió que él nunca moriría.
Nagash realizó experimentos innombrables en su búsqueda de la inmortalidad, y pronto la gente de la ciudad empezó a esquivarle. Como era un hechicero innato y brillante, sus experimentos tuvieron éxito, y logró destilar un elixir de sangre humana que prolongaba la vida de quien lo bebía. Pronto tuvo un grupo de seguidores leales y depravados con los que compartió su descubrimiento. En un sangriento golpe de estado, Nagash tomó el control de Khemri y enterró vivo a su hermano en la Gran pirámide construida por su padre.
Al haber prolongado su vida, Nagash y sus seguidores tuvieron más tiempo para estudiar la Magia Oscura. Sus conocimientos pronto fueron superiores a los de los habitantes de otras ciudades. Empezaron a considerarse dioses y ver a los habitantes de Khemri como simple ganado. Los años pasaron a ser décadas y las décadas siglos, y los bebedores de sangre empezaron a evitar la luz del día y buscar los rincones frescos y oscuros para evitar los rayos del sol. Fijaron su residencia en las tumbas palaciegas de las necrópolis, Nagash supervisó la construcción de su propia gran Pirámide Negra, la mayor estructura nunca edificada por el hombre, especialmente diseñada para atraer los vientos de la Magia Oscura hacia Khemri.
Sin embargo, para los Reyes Sacerdotes de las otras ciudades, molestos desde hacía mucho por los eventos de Khemri, esto fue la última gota. Formaron una Gran Alianza contra Nagash y enviaron sus ejércitos a luchar contra él. Durante la larga guerra que siguió, la Magia Oscura arrasó la tierra, y algunos oasis quedaron tan saturados de sus energías que a partir de entonces fueron evitados por los hombres. Después de casi un siglo de guerra constante, los ejércitos de los Reyes Sacerdotes lograron conquistar y saquear Khemri. Mientras huía de la ciudad ardiendo hacia las frías profundidades de su pirámide, Nagash dio media vuelta y amenazó con su puño a los ejércitos de los Reyes Sacerdotes. Prometió que sus ciudades se convertirían en polvo, y en menos que polvo. Los Reyes Sacerdotes se burlaron de él. Los seguidores de Nagash fueron capturados uno a uno en el interior de la pirámide y gritaron horrorizados mientras los sacaban a rastras para decapitarles y quemarles. Los Reyes Sacerdotes derribaron todas las construcciones de Nagash.
Todos los monumentos de Nagash desaparecieron. Pero no encontraron ni rastro del propio Nagash. Aunque sus discípulos afirmaron haberle visto entrar en su sarcófago, el ataúd estaba vacío.
En contra de los pactos acordados entre los Reyes Sacerdotes, los gobernantes de Lamía robaron los libros de Nagash de su infame Biblioteca Negra. Durante años habían intentado emular su Magia Oscura. Eran más cautelosos que Nagash, y procuraron evitar que sus aliados supieran que estaban destilando su elixir de sangre.
Mientras tanto, Nagash vagaba por el desierto. La sed quemaba su garganta. El hambre roía sus entrañas. Terribles visiones bailaban ante sus ojos. Debería haber muerto entre las ardientes arenas, pero su formidable fuerza de voluntad y su vitalidad antinatural le permitieron seguir adelante. Según la traducción que Kadon hizo de su obra. Nagash aseguraba que había muerto y vagado sin rumbo durante cierto tiempo después de morir, hasta que encontró una forma de volver al mundo de los vivos. Muchos eruditos afirman que esto no fue mas que una alucinación irreal causada por las privaciones y la sed, pero otros no están tan seguros. Finalmente el Gran Nigromante dejó el desierto y llegó a las colinas de las montañas del Fin del Mundo. Alguna oscura fuerza le había atraído hacia el Pico Tullido y hacia un nuevo paso en su carrera de incalificable maldad.
El territorio en el que se encuentra el Pico Tullido es una tierra de la que nadie ha regresad sin contar historias de gran horror. Es una montaña gigantesca y partida en las costas del Mar Sulfuroso. Antiguamente, un gran trozo de piedra de disformidad cayó del cielo y golpeó el pico. Partiéndolo y hundiéndose en el corazón de la montaña. Con el paso del tiempo, el viento, la lluvia y la erosión llevaron el polvo de la piedra de disformidad hasta el Mar Sulfuroso, envenenando el agua y causando horrendas mutaciones a los peces y serpientes que no murieron.
El mar estaba rodeado de vegetación retorcida y atrofiada; árboles enfermos y zarzas venenosas competían por los escasos nutrientes del suelo. De noche, las aguas brillaban con un extraño color verde y una espuma viscosa y tóxica cubría su superficie. Las tribus que habitaban en sus costas y bebían de aquélla agua enferma mostraban las horribles signos de degeneración y mutaciones consecuencia de la exposición de muchas generaciones a la podredumbre del Caos. Cuando Nagash vio el lugar por primera vez, consideró que era el lugar idóneo: había hallado el lugar que buscaba. Al Probar por primera vez el agua del Mar Sulfuroso, visiones incandescentes ardieron en su cerebro y la energía oscura corrió por sus venas. Allí tenía todo lo que necesitaba.
Durante años Nagash vivió como un ermitaño en una cueva en la ladera de Pico Tullido, meditando sobre la naturaleza de la magia y recopilando sabiduría del oscuro pozo de su corrupta alma. Exploró el enorme sistema de cuevas del Pico hasta encontrar el os curo lago bajo el que se encontraba la mayor parte de la piedra de disformidad. Mezcló la sustancia del Caos pulverizada con algunas hierbas innombrables y hojas de loto Negro, y utilizó una mezcla para incrementar su energía, agudizar su mente para seguir con sus reflexiones.
Los años pasaron inexorablemente, y su constante exposición a la piedra de disformidad provocó terribles cambios en el Gran Nigromante. Su piel se arrugó y agrietó, desprendiéndose de sus huesos. En algunas partes era translúcido, dejando las venas y los músculos expuestos. Sus ojos se fundieron y formaron pozos de pus luminosa en las cuencas. Sus uñas crecieron hasta convertirse en garras, sus dedos de curvaron formaron zarpas. Su corazón dejó de latir y la sangre no circuló más. Su cuerpo seguía andando gracias a su oscura fuerza de voluntad, y su maligna hechicería. Como había deseado desde hacía tanto, había escapado de la muerte, o eso creía.
Durante ese periodo, Nagash alcanzó sus mayores logros en el campo de la nigromancia. A lo largo de los años perfeccionó los hechizos que más tarde utilizarían todos los Nigromantes. De noche descendía hasta los cementerios de las tribus primitivas que vivían alrededor de Pico Tullido. Los que le veían huían, y los Shamanes que osaron enfrentarse a él murieron con una palabra. Abrió las tumbas de piedra una a una, y uno a uno reanimo los cuerpos que encontró en su interior. Al principio apenas tuvo éxito. Los restos andaban sólo unos pasos antes de caer convertidos en polvo por la energía que los Movía, pero el control de Nagash fue aumentado como lo hizo en tiempo de animación, hasta que logró esclavizarles para siempre. Puesto que ya estaban muertos y descompuestos, la piedra de disformidad afectaba poco a estos zombis y Esqueletos animados, Nagash les hizo excavar las cuevas de Pico Tullido y construir una torre de piedra. Este fue el origen de Nagashizzar, el Pozo Maldito, la fortaleza más grande y maligna del mundo.
Puesto que deseaba tener a más lacayos No Muertos, Nagash dedicó sus legiones a capturar y esclavizar a las tribus locales. Durante la luna nueva, estos desafortunados fueron arrastrados mientras pataleaban y gritaban hasta el altar de Nagash, donde éste les arrancaba el corazón. A continuación, sus cuerpos sin alma eran reanimados para servir eternamente a su siniestro señor.
Incapaces de resistir ante un ejército No Muerto, los hombres de las tribus empezaron a adorar al Gran Nigromante como a un dios, y enviaron pasivamente a las mejores doncellas y a los jóvenes más apuestos a la torre de Nagash como ofrendas. Esto halagó su vanidad y perdonó a las tribus, enseñándoles muchas cosas y levantando una nación maligna que obedecía sus órdenes. Para satisfacer su maligno humor, Nagash enseñó a los habitantes de la tribu el ritual del Festín Macabro que al final conduciría a un terrible destino a su pueblo.
En unos pocos cientos de años, Nagash había construido un imperio del mal alrededor de las costas del Mar Sulfuroso. Legiones de vivos con armadura negra luchaban junto a los tambaleantes cadáveres animados de sus compañeros muertos. Las pequeñas aldeas crecieron hasta convertirse en grandes pueblos. Las minas que había bajo la torre de Nagash fueron ampliadas hasta formar una gran rede de túneles que penetraban hacia el interior de la montaña.
Las fortificaciones alrededor de la torre crecieron como un cáncer en un cuerpo enfermo hasta cubrir varios kilómetros a la redonda. Así nació la ciudad-fortaleza de Nagashizzar, una torre inexpugnable, un laboratorio y una biblioteca de las oscuras artes, capital de la nación humana más vil que nunca ha existido en el Mundo Conocido. En el centro, como una araña en medio de una telaraña, Nagash situó su trono, levantado con calaveras humanas. Desde él proclamaba edictos que podían destruir reinos y causar la muerte de naciones enteres. Avanzó hasta la Llanura de los Huesos y controló a un poderoso dragón No Muerto con su voluntad. A partir de entonces, este monstruo seria su montura.
Pero incluso recluido en su inexpugnable fortaleza e ignorado por la mayor parte del mundo, Nagash seguí hallando enemigos.
Atraídos por la piedra de disformidad de Pico Tullido como polillas a una llama, los Skaven empezaron a infiltrarse sutilmente en la montaña. Los líderes de los hombres rata, los misteriosos Videntes Grises, la utilizaban en sus siniestros rituales, y ahora intentaban conseguir la piedra de disformidad que allí se encontraba. Invadieron los niveles inferiores de las minas de Pico Tullido e intentaron tomar la fortaleza como lo habían hecho recientemente con las ciudades de los Enanos del Norte, pero Nagashizzar era mucho más difícil de conquistar.
Aquí tenían que enfrentarse con incontables legiones de cadáveres animados y humanos fanáticos que temían más a su oscuro dios que a la muerte, ya que sabían que en cualquier caso, su amo les volvería a llamar de la muerte para recompensarles o castigarles. Durante décadas se3 sucedieron las violentas escaramuzas en las profundidades de la fortaleza. Los ejércitos Skaven avanzaron por el reino de Nagash y asediaron Nagashizzar con sus terribles armas. Los ejércitos del Gran Nigromante y su maligna magia les estaban esperando. Al final la batalla resultó en una sangrienta guerra de desgaste sin vencedor a la vista. Nagash tenía otros planes y los Skaven le distraían, así que cerró un infame pacto con los soberanos Skaven, el Consejo de los Trece.
A cambio de su ayuda, él les proporcionaría piedra de disformidad extraída de Pico Tullido. No era lo que el Consejo deseaba, pero era preferible a continuar una guerra incierta, donde era posible no conseguir nada. Los Skaven aceptaron el Trato.
Pero la constante exposición a la piedra de disformidad afectaba a Nagash. Construyó una gran armadura con una aleación de hierro y plomo procedente de un meteorito para protegerse de sus nocivos efectos. Sus seguidores no eran tan afortunados. El polvo de piedra de disformidad liberado por su explotación minera lo cubría todo. Penetró en el suelo y por las raíces pasó a las plantas enfermas, pasando asía al cuerpo de los animales enfermos que las comían.
Este polvo fue acumulándose en el cuerpo de los humanos que comían estas plantas, o los animales que previamente las habían ingerido, mutando lentamente. Perdieron el pelo y los dientes, adelgazaron y acabaron enfermando y muriendo. Los más afectados de todos fueron los que celebraron el Festín Macabro y se alimentaron de la carne de los suyos. Estos absorbieron la mayor parte de sustancia del Caos y degeneraron lentamente hasta convertirse en perversiones nocturnas, en Necrófagos, los elegidos de Nagash, adorados, odiados y temidos a la vez por sus semejantes.
El aire y la tierra estaban saturados con polvo de piedra de disformidad. Todo el mundo empezó a enfermar y morir, dejando sólo un desierto recorrido por Necrófagos que las generaciones futuras denominaron la Desolación de Nagash. Al Gran Nigromante no le importaba. Vivos o muertos, los habitantes de esa tierra les servirían a él, de una forma o de otra. La propagación del polvo y la llegada de los No Muertos precipitaron una migración de Orcos y Goblins, que se alejaron de ese territorio.
A lo largo de todos estos siglos, Nagash no olvidó la promesa hecha a los Reyes Sacerdotes de su antiguo país. Quería vengarse, y encontró aliados dentro de su propio país. Los Reyes Sacerdotes que habían estudiado su maligna herencia y que prolongaron sus vidas utilizando su elixir no habían permanecido ociosos.
Ellos también habían invocado demonios y experimentado con la Magia Oscura. Los gobernantes de Lamía avanzaron más allá del elixir. Su sangre quedó infectada con una extraña enfermedad. Siglos de consumo del elixir que prolonga la vida combinados con sus propios hechizos les habían trasformado en algo mejor y peor que un ser humano. Esos momentos evitaban la luz del sol y acechaban de noche. No querían comer ni beber, excepto sangre. Sus dientes se habían convertido en panda colmillos, su piel era blanca como el alabastro y sus ojos eran rojos y brillantes. Eran mucho mas fuertes que los hombres mortales. Eran los primeros Vampiros verduleros. Por la noche se alimentaban cíe sus propios súbditos. Unos pocos pudieron uniese a ellos en su no muerte.
Los otros Reyes Sacerdotes reunieron una vez mas sus ejércitos y se prepararon para la guerra. Los carruajes, tan numerosos que no podían contarse, avanzaban al frente de un gran ejercito de arqueros e infantería equipada con lanzas. Los Reyes Sacerdotes también recurrieron a su magia. Tuvo lugar una gran batalla, que los Reyes Sacerdotes vencieron. La población de Lahmia fue esclavizada, las pirámides derribadas, y los Vampiros expulsados. La mayoría huyeron hacia el Norte, y uno a uno llegaron a Nagashizzar, donde fueron acogidos por quien anteriormente había sido su peor enemigo. Nagash observo a estos corruptos inmortales y quedo satisfecho. Ante el tenia unos valiosos paladines para sus ejércitos. Su maldición era un tributo a su horrible genialidad.
Nagash ya había concebido su plan de ataque. Era un plan enloquecido y mortífero. Juro que convertirla todo el mundo en el Reino de los Muertos, en el que nada sucedería ni nada podría hacerse si el no lo permitía. Gobernaría un cementerio tan grande como el mundo, habitado por los muertos sin descanso El primer paso era eliminar a su antigua patria natal. Siguiendo sus ordenes, los Vampiros avanzaron al frente de sus legiones hacia la guerra. Sobre extrañas naves construidas con huesos, la borda No Muerta navegó por el Mar Sulfuroso, atravesando los Estrechos de Nagash basta el Mar Amargo, denominado así por el veneno que las aguas del Mar Sulfuroso habían arrastrado basta el. Las legiones No Muertas desembarcaron en el abandonado puerto de Lahmia y marcharon hacia el enemigo.
Nagash subestimo a sus antiguos compatriotas. Durante su ausencia, la Tierra del Gran Río había pasado de ser un cúmulo de ciudades estado a convertirse en un poderoso imperio dirigido por el Rey Sacerdote Alcadizaar el Conquistador. Alcadizaar fue el mejor general de su época y su imperio estaba en la cúspide de su poder. Cuando llegaron los No Muertos, se enfrentaron a la oposición de un estado unificado con un único ejercito Además, los hechiceros del Gran Reino habían progresado en el arte de la magia, especialmente en la construcción de armas mortíferas. Contra ellos ninguna victoria podía ser fácil.
Los Vampiros eran hechiceros poderosos y peligrosos enemigos Por donde avanzaban, el terror y el miedo atenazaban al enemigo, aunque no fueran invencibles. El frente de la guerra avanzo y retrocedió. Al principio, las legiones No Muertas avanzaron rápidamente. Después fueron los ejércitos de Alcadizaar los que ganaron terreno; sus carruajes atravesaban las tilas de muertos como las guadañas siegan el trigo. Al final venció Alcadizaar, con su gran armadura dorada brillando por la energía mágica contenida y su cimitarra mágica, mas rápida que la lengua de una serpiente del desierto junto a el luchaba su mujer y auriga, Khalida, que había jurado morir junto a su marido si era necesario.
Libraron batalla tras batalla basta destruir la ultima de las legiones de Nagash, obligando a los vampiros a huir a través del desierto hasta Nagashizzar, para informar a su siniestro señor del fracaso.
La furia de Nagash fue enorme. Maldeció a sus capitanes y lanzo terribles hechizos contra ellos. Hizo que conocieran el dolor para toda la eternidad, y sus aullidos proclamarían sus miserias a todos los hombres. Viendo como estaban las cosas. los Vampiros supervivientes huyeron de Nagashizzar por la noche, dispersándose en todas direcciones para confundir a sus perseguidores. De esta forma, su maldición acabo propagándose por todas las tierras de los hombres.
La furia de Nagash se prolongo durante toda una década, en la que siguió maquinando nuevos planes. Odio con fuerza al hombre que le había desbaratado sus planes, e ideo un plan de venganza tan cruel que los propios dioses temblaron y dejaron de observar el mundo.
Actuó con cautela. Sus agentes llevaron trozos de piedra de disformidad encantados con hechizos de muerte basta las fuentes del Gran Rió, corrompiendo los manantiales con su maldad, hasta que el agua coaguló y fluyo lentamente, teñida de color rojo sangre. El pueblo del Gran Reino tembló ante lo sucedido al río que constituía su vida. Uno a uno, todos los habitantes enfermaron y murieron.
Encargo a los Skaven atraer a tribus de Orcos y Goblins desde las Montanas del Fin del Mundo hasta Nagashizzar. Estos no sabían para que propósito quería Nagash a los Orcos, pero cobraron numerosos sacos de piedra de disformidad pura por su servicio.
Alcadizaar estaba sentado en su sala del trono mientras veía como su reino era destruido por un enemigo al que no podía derrotar. La peste iba propagándose por el país. La gente moría con grandes pústulas por toda la piel. Los médicos enfermaban al intentar curar a sus pacientes.
Los hombres huían de sus familias, muriendo mientras corrían. Durante algunos meses la Muerte recorrió el país hasta que los muertos eran mas numerosos que los vivos, y los cadáveres permanecían pudriéndose por las calles. El ganado recorría los campos sin nadie que lo vigilase, hasta que también moría. Todas las cosas vivas en el Gran Reino enfermaron. Alcadizaar vio morir a sus amigos uno a uno, después a sus hijos, después a su mujer. Alcadizaar era una excepción, como si algún poder maligno lo quisiera vivo. Finalmente quedó solo en su palacio, sentado en su trono dorado, llorando, mientras a lo lejos podía oírse a un infatigable ejercito avanzando.
Este ejercito apareció cuando todo el mundo había muerto: un gran ejercito de muertos. Los pocos supervivientes del ejercito de Alcadizaar estaban tan enfermos y demacrados que no podían impedir su avance ni un segundo. Los No Muertos, inmunes a la enfermedad, avanzaban de extremo a extremo del país, y no descansaron hasta haber matado a todo hombre, mujer y niño, e incluso a bestias, pájaros y perros. Todos excepto uno. Capturaron a Alcadizaar en su sala del trono y lo arrastraron cargado de cadenas hasta el Pozo Maldito. Lo arrojaron a los pies del trono de Nagash, y tuvo que enfrentarse a la horrorosa forma del Gran Nigromante en persona.
Nagash explico a Alcadizaar lo que sucedería a continuación: todos los increíbles detalles de su demencial plan. Nagash le contó que pensaba reanimar a todos los muertos del Gran Reino, y utilizarlos como soldados en su plan para conquistar el mundo. Horrorizado, Alcadizaar fue arrojado a una de las mazmorras de Nagash a la espera de los deseos del siniestro hechicero.
Las explicaciones de Nagash al rey no eran amenazas vacías. Estaba decidido a seguir con su plan, y podía hacerlo.
Durante un ritual que duró días, consumió cantidades ingentes de piedra de disformidad, hasta que su cuerpo ardía con la energía de la piedra, y su sangre quedó saturada. La poca piel que le quedaba ardió, y se convirtió en poco mas que un esqueleto viviente con una negra armadura. Los Orcos y los Goblins fueron conducidos drogados desde las mazmorras hasta el negro altar donde uno a uno fueron sacrificados, y sus almas devoradas por el Gran Nigromante para aumentar su poder. Durante una noche y un día enteros, mientras Mórrsleib brillaba en el cielo, Nagash cantó las silabas de su último y más poderoso hechizo. En las mazmorras, los pocos Orcos supervivientes temblaban y aullaban. Por todo el continente los seres vivos tuvieron pesadillas.
En las profundidades del Mar Sulfuroso brillaron luces extrañas. Desde lo alto de su torre, Nagash lanzo al aire puñados del brillante polvo negro.
Los fríos vientos lo alejaron de Nagashizzar, cayendo como si fuera lluvia sobre las ciudades y necrópolis del Gran Reino. Por unos instantes todo permaneció calmado. Poco después, los muertos empezaron a moverse por todo el país. Una fría luz verde penetro en miles de ojos podridos. Los cadáveres de los apestados frieron levantándose uno a uno y caminaron. Los muertos se sacudieron el polvo de eones y salieron de sus tumbas. Los guerreros No Muertos montaron en sus carruajes y avanzaron por la embrujada noche. Los Caballeros No Muertos emergieron de sus guaridas, reuniéndose todos los seres inmundos. Los innumerables muertos formaron en disciplinadas filas. Las amortajadas momias de los reyes muertos hacia mucho emergieron de sus pirámides para ponerse al mando de los restos de sus antiguos súbditos. Reanimado por la poderosa voluntad de Nagash, el ejército mas grande que jamás ha visto el mundo empezó a converger sobre Nagashizzar.
Exhausto por la gran cantidad de energía que había necesitado para lanzar el hechizo, Nagash entro en un profundo trance sobre su trono. Mientras el ejercito de No Muertos avanzaba hacia allí, un silencio sepulcral dominó Nagashizzar. Era como si la muerte hubiera llegado realmente a la capital del Gran Nigromante.
La descarga de energía fue tan grande que no paso desapercibido en otras partes del mundo. El Consejo de los Trece entendió finalmente las intenciones de Nagash, y sus miembros quedaron aterrorizados. Con los incontables guerreros muertos del Gran Reino bajo sus ordenes, Nagash sería invencible. Ya no necesitaría nunca mas la ayuda de los Skaven. Seguramente les haría pagar caros sus anteriores ataques contra su reino. Descubriendo que, de momento, el Gran Nigromante también descansaba, decidieron aprovechar la que podría ser su única oportunidad de detenerle. Pese a que la misión era crucial, no encontraron a ningún Skaven en el que pudieran confiar para dar muerte al Gran Nigromante. Muchos miembros del Consejo dudaban de la eficacia de sus armas para matar a Nagash; otros simplemente temían que despertara cuando entraran en su sala del trono. Todos conocían su temible poder, y nadie quería enfrentarse a él si despertaba.
Finalmente concibieron otro plan. El Consejo reunió rápidamente sus poderes y crearon una espada muy poderosa, cubierta de runas de un poder tan grande que al final serian tan mortíferas para quien la empuñara como para Nagash. Esto no preocupaba al Consejo de los Trece ya que ninguno de ellos pensaba utilizar el arma. Enviaron a sus lacayos mas audaces a las mazmorras de Nagash, con el arma dentro de una caja de plomo. Siguiendo caminos secretos, los Skaven llegaron al corazón de la fortaleza del Nigromante. Ningún centinela dio la alarma, y los hombres rata llegaron a la celda donde estaba Alcadizaar cargado de cadenas.
Sin explicación alguna, liberaron a Alcadizaar y le mostraron la espada. A causa de la magia del arma, cuando el rey la cogió, sintió el camino que debía seguir para llegar a la sala del trono del Nigromante. Ignorando a los hombres ratas que huían, Alcadizaar atravesó los fétidos corredores de la mortalmente silenciosa torre. Finalmente llego a la sala del trono del Gran Nigromante. Avanzo silenciosamente por el suelo de mármol negro hasta llegar frente a la enorme y silenciosa figura de Nagash.
El fuego de los ojos del Nigromante No Muerto estaba apagado. No se movía. Las runas de su corona no tenían ningún brillo interior. Por unos instantes Alcadizaar se preguntó si eso no sería algún perverso truco, alguna forma nueva de tortura, pero en el fondo no le importaba. Levantó su espada y golpeo describiendo un arco.
En el ultimo momento, avisado por un sexto sentido, Nagash levantó su brazo para evitar el golpe mortal. La espada Skaven atravesó su muñeca y su garra cayó al suelo. La hechicería que empapaba el cuerpo del Nigromante No Muerto era tan maligna que la mano mantuvo una cierta animación y huyó por el corredor como una gigantesca y horrible arana. Nagash todavía estaba exhausto por el Gran Ritual, pero su poder era enorme. Lanzó terribles hechizos a Alcadizaar que casi arrancaron la piel de su cuerpo.
El Consejo de los Trece utilizaba todo su poder desde muy lejos para proteger a su instrumento humano. Utilizaron desesperadamente todas sus fuerzas para desviar los rayos de Nagash. Los labios descarnados del Nigromante emitieron un silbido de frustración. Alcadizaar volvió a atacar, atravesando las costillas de Nagash, y le partió el espinazo. Nagash le arañó con la garra que le quedaba. y agarró a Alcadizaar por el cuello, estrangulándole. Donde las garras del Nigromante No Muerto profundizaron mas, el cuello del hombre acaba manchado de sangre. Nagash le levanto con una mano basta que los pies de Alcadizaar no tocaban el suelo.
No podía respirar, la oscuridad se cernía sobre él, y Alcadizaar intentó frenéticamente liberarse, cortando el brazo del Nigromante a la altura del codo. Cayó al suelo y atacó desesperadamente a Nagash. Las runas Skaven de la espada afectaron finalmente a Nagash, que empezó a perder su vitalidad sobrenatural. Su cuerpo, que había desafiado el paso del tiempo, empezó a convertirse en polvo. Al sentir cercana la victoria, Alcadizaar siguió atacando, partiendo al Nigromante en miles de pedazos.
Finalmente, cuando ya no se movía, Alcadizaar cogió la corona de la cabeza de Nagash y salió tambaleándose de la fortaleza. Este era el momento que los Skaven estaban esperando. Sus tropas atacaron rápidamente y llevaron los restos despedazados del cuerpo de Nagash a sus forjas. Cada trozo del Gran Nigromante fue quemado en los fuegos de piedra de disformidad que había utilizado para crear sus artefactos. El único pedazo de Nagash que nunca pudieron encontrar fue su garra, por lo que una parte de Nagash seguía viva.
Con la muerte del Gran Nigromante, muchos de los cadáveres animados por él cayeron, convertidos en polvo. Sin embargo, las energías liberadas por Nagash en la gran invocación eran tan grandes que no pudieron disiparse totalmente. Muchos de los antiguos habitantes del Reino de los Muertos siguieron atrapados en su espectral no-vida, y algunos de ellos regresaron lentamente al lugar que mejor conocían, sus propias necrópolis, donde retomaron una siniestra no vida que era el reflejo de sus días como seres vivos. Así nació el Reino de los Muertos. Algunos siguieron vagando por el mundo, propagando el terror y la desolación por donde pasaban. Sin embargo, por el momento, la amenaza del Gran Nigromante había terminado.
La resurrección de Nagash.
Después de la destrucción de Nagash, Alcadizaar vagó por el Pozo Maldito medio enloquecido por el horror que había presenciado y por su exposición a la perniciosa influencia de la Espada de la Muerte del Consejo de los Trece. Aunque la fortaleza estaba llena a rebosar de Skaven, solo los mas locos intentaron impedirle el paso cuando vieron el arma. Los pocos que intentaron impedirle el paso murieron casi instantáneamente.
Alcadizaar abandonó la ciudadela del Gran Nigromante. Había destruido al enemigo mas peligroso al que ningún hombre se hubiera enfrentado nunca, pero el precio fue muy elevado. Las energías letales del arma lo estaban matando lentamente. Su mano estaba quemada por donde empuñaba el arma, que finalmente lanzo a una grieta en el exterior del Pozo Maldito. Conservo la Corona de Nagash.
Enloquecido y agonizante, caminó hacia el Norte, hacía las Montanas del Fin del Mundo, desplomándose en las aguas del Río Ciego), y abogándose en el. Su cuerpo congelado fue arrastrado hacia las Tierras Yermas, aferrado todavía a la corona en un feroz abrazo de muerte. En esa época, las Tierras Yermas eran un país dividido, con guerras continuas entre tribus nómadas humanas y clanes de brutales Orcos. El cuerpo congelado y medio devorado de Alcadizaar fue encontrado al fundirse la nieve en primavera, junto a la orilla del Río Ciego. Lo encontró Kadon, el Shamán de la tribu Lodringen. Kadon vio que Alcadizaar era un poderoso rey y ordenó que construyeran un túmulo para su cadáver. Sintió una extraña atracción hacia la corona y se quedo con ella, para su eterna condenación.
La corona conservaba parte del espíritu del Gran Nigromante. y enseñó a Kadon algunos de los secretos de Nagash. Los sueños de Kadon estaban llenos de promesas susurradas, y su mente empezó a sonar en un imperio. Su noble alma pronto quedo corrompida por el mal latente en la corona. Explicó a los miembros de la tribu que tenía visiones que le ordenaban construir una ciudad junto al túmulo de Alcadizaar. La ciudad debía llamarse Morgheim, que en el idioma de su pueblo quería decir Lugar del Muerto. Por un breve periodo de tiempo, en las Tierras Yermas floreció una débil civilización que abarcaba desde las costas del Golfo Negro basta la entrada del Paso del Perro Loco, desde el Rió de la Sangre basta el borde de las Marismas de la Locura. Incluso establecieron colonias en el área que posteriormente seria conocida como los Reinos Fronterizos. Los Orcos fueron expulsados de las Tierras Yermas hacia las Montanas del Fin del Mundo.
La mente de Kadon estaba llena de terribles visiones: empezó a recrear los Libros de Nagash, a escribir la oscura historia del Gran Nigromante y a dejar constancia sobre el papel de muchos de sus secretos conocimientos. Sus visiones estaban deformadas por la corona, y acabó adorando a Nagash como a un dios, obligando a sus seguidores a hacer lo mismo. El culto de Nagash pronto renació, y las criaturas No Muertas vigilaban sus templos. El propio Kadon vivía en un palacio de mármol negro construido sobre la entrada al túmulo de Alcadizaar, y era considerado el adorador más devoto de Nagash.
Las Tierras Yermas no eran fértiles, y la población de Morgheim nunca fue demasiado grande, pero con el trabajo de los infatigables Zombis, pudieron construirse ciudadelas y excavarse túmulos. Se construyeron carreteras para comunicar los rincones más alejados del país con su capital.
Kadon no era un mero acólito, sino un potente hechicero por derecho propio. Cuando su mente adquirió los conocimientos del Nigromante, empezó a crear sus propios hechizos. Escribió su infame Grimorio con tinta obtenida de destilar sangre, en un volumen forrado con piel humana. En Morgheim tuvieron lugar actos malignos mucho más siniestros aún. Los Enanos que anteriormente comerciaban con estos humanos dejaron de hacerlo y les evitaron.
Gracias a la energía de la corona, los acólitos de Kadon encontraron la garra amputada de Nagash. Kadon recogió la garra y la cubrió de temibles hechizos, convirtiéndola en un artefacto del mal que utilizó para intimidar a sus seguidores. los ejércitos de Morgheim asediaron la fortaleza Enana de Barak-Varr, pero sus muros revestidlos de metal resistieron y finalmente tuvieron que retirarse. Los Nigromantes de Morgheim se volvieron introvertidos y decadentes, y el periodo de expansión concluyó.
Entonces empezaron las invasiones de las salvajes hordas de Orcos de las montanas al mando del Señor de la Guerra Dork Ojo Rojo. Ojo Rojo estaba armado con un arma mágica que le protegía de la magia maligna, y los lacayos de los No Muertos no pudieron detener a su salvaje horda. Los aullantes demonios de piel verde pasaron al reino de Kadon a espada y fuego, haciendo huir a los supervivientes hacia el Norte. Kadon murió a manos del propio Ojo Rojo en un mítico duelo entre las calles en llamas de Morgheim. A su muerte, el reino desapareció. El principal discípulo de Kadon cogió la cabeza de su maestro muerto y huyó hacia el Norte, habiendo de esconderse a menudo de la persecución de los Orcos.
Actualmente no queda casi ningún rastro del perdido reino de Morgheim, excepto unas cuantas ruinas chamuscadas y túmulos embrujados, en el interior de los cuales habitan seres malignos. Estos restos enfermizos del reino perdido forman parte de los túmulos que están dispersos por las Tierras Yermas y los Reinos Fronterizos. Algunas criaturas sobrevivieron enterrándose vivas en los túmulos, mientras sus espíritus malignos todavía vagan por los alrededores. Otros sobrevivieron a la caída del reino, llevándose sus conocimientos hacia el Norte, hacia las tierras donde estaba despertando un nuevo poder. El dios humano llamado Sigmar había unificado a las tribus salvajes de los hombres, forjando un imperio a sangre y fuego. En el interior de su reino había muchos rincones apartados donde los Nigromantes podían practicar sus malas artes.
A la vez que Sigmar fundaba su Imperio, por el Norte circularon extraños rumores sobre el renacimiento de un viejo mal.
El Consejo de los Trece creía que había destruido a Nagash. Estaban equivocados: un ser tan poderoso, tan conocedor de la No Muerte, no podía ser eliminado tan fácilmente. Su forma corpórea había sido destruida, pero su espíritu seguía vivo. Espero más allá de la muerte, todavía ligado al mundo por la presencia de su garra, su corona y su tumba. Nagash había planeado hacía mucho tiempo la posibilidad de su muerte, y parte de su espíritu y su poder saturaba su corona, permitiéndole seguir en contacto con el mundo de los vivos. Aunque tardaría siglos Nagash volvería, y al hacerlo, lo haría de la forma más espectacularmente horrible.
Su cuerpo había sido incinerado en los hornos de Nagashizzar. De su cuerpo sólo quedaron unas partículas de fino polvo negro, esparcidas por el mundo. Estas partículas fueron atrayéndose entre sí una a una. A lo largo de los siglos, estos fragmentos minúsculos empezaron a condensarse sobre la Desolación de Nagash. formando putrescentes gotas negras que poco a poco fueron desplazándose centímetro a centímetro por todo el país hasta la Pirámide Negra de Nagash en Khemri. El sarcófago fue llenándose poco a poco (a razón de una gota al año) de este líquido negro, formando una oscura crisálida de la cual renació su maligno ser.
Cuando el fluido solidificó, algunas partes siguieron endureciéndose hasta formar huesos. Por encima de este oscuro esqueleto crecieron órganos antinaturales. Trozos de venas como gusanos penetraron en los músculos recién formados. Un siniestro caparazón de piel ósea empezó a cubrir su masa. Sólo la mano derecha, amputada por Alcadizaar, no volvió a crecer. Una fría noche, siglos después de ser derrotado por los Skaven, la tapa del sarcófago se abrió y Nagash surgió de él. renacido una vez más en el mundo.
En el exterior de su tumba, Khemri seguía existiendo. Nagash permaneció de pie sobre su pirámide mientras absorbía energía oscura. Aunque todavía era mucho más poderoso de lo que cualquier mortal podía medir, era una pálida sombra de lo que había sido. Estaba agotado por su largo regreso de la muerte, y porque parte de su poder aún estaba perdido, saturando su corona y su garra. Llamó a los muertos de Khemri, pero estos le odiaban tanto en la muerte como lo habían hecho en vida, y ya no tenía el poder de someterlos a su voluntad como lo había tenido anteriormente. Pudo controlar una parte de los incontables muertos de Khemri, pero los demás se rebelaron, provocando una guerra civil dentro de la más grande de las necrópolis.
Nagash acabó cansándose de esta situación y visitó las otras ciudades de los muertos. En ellas ocurrió lo mismo. Los muertos le recordaban, y le odiaban con un odio extraño y sobrenatural que habían sido engendrado durante siglos. Aunque individualmente ninguno de los Reyes Funerarios podía enfrentarse a Nagash, éste no podía resistir contra la alianza formada contra él. Por segunda vez en la historia de su larga no-vida, Nagash era expulsado de su país natal. Meditó sobre su derrota y decidió que volvería a utilizar la energía de la piedra de disformidad para aumentar su fuerza y vengarse de sus enemigos. Una vez mas viajo hacia el Norte, siguiendo el camino que tanto tiempo atrás le condujo a las orillas del Mar Sulfuroso. Esta vez estaba acompañado por un ejercito de leales seguidores No Muertos.
Cuando por fin llegó a Nagashizzar, comprobó que los Skaven habían ocupado el lugar. Durante años habían explotado la piedra de disformidad, utilizándola para sus propios propósitos hasta haberla extinguido casi por completo. Nagashizzar había pasado a ser una enorme madriguera de hombres rata, aunque relativamente poco poblada ya que en la Desolación de Nagash no crecía nada comestible y tenían que importarlo todo desde las demás guaridas Skaven a cambio de piedra de disformidad.
Nagash llego a las puertas de su antigua fortaleza y exigió que se rindiera. El comandante Skaven de la guarnición le miró y maldijo, insultándole en su propio idioma. Nagash le mató con una palabra, y abrió las puertas de Nagashizzar con otra. Ya que él mismo las había forjado y conocía todas las órdenes secretas a las que respondían. En una noche, las fuerzas de Nagash barrieron el Pozo Maldito y aniquilaron a los sorprendidos Skaven, expulsándoles de la ciudad.
Nagash controlaba su ciudadela, pero inmediatamente quedó preso de Una furia incomprensible para ningún mortal, ya que descubrió que Los Skaven habían casi agotado la piedra de disformidad. Las instalaciones que había utilizado para refinar, concentrar y purificar la piedra para sus propios fines estaban completamente destruidas. Aunque no estuvieran destruidas, no quedaba suficiente piedra de disformidad para repetir el Gran Ritual. Ignorando los ejércitos enviados por el Consejo de los Trece para recuperar Nagashizzar, el Gran Nigromante empezó a trabajar. Primero trabajó en las forjas, construyendo una garra metálica para reemplazar su perdida garra. Sus huestes de No Muertos tenían instrucciones, bajo su supervisón, para construirla.
La garra artificial estaba astutamente elaborada y cubierta por inquietantes runas que hacían imposible mirarla. Era flexible y podía utilizarse como una mano normal, pero era mucho más fuerte. Nagash podía empuñar nuevamente un arma, y crear mas artefactos con sus propias manos. Invocó a los espíritus de los muertos y les interrogó sobre lo sucedido, reconstruyendo poco a poco los acontecimientos que habían tenido lugar en su larga ausencia. Supo de la desaparición de Alcadizaar, de como había enloquecido y muerto por la corona y la exposición a la Espada de la Muerte Skaven. Finalmente centro sus atención en el Norte, donde el heredero de Kadon, Morath, tenía la corona.
Cubriéndose con una capa negra y protegido por numerosos hechizos de gran poder, Nagash marchó de incógnito hacia las tierras del Norte. decidido a reclamar lo que era suyo. Largo fue el camino, y muchas las batallas que libró durante su duro viaje hacia las frías tierras del Norte. Nagash atravesó tierras donde los robustos Enanos combatían contra Orcos y Goblins, y donde los seguidores del Caos todavía acechaban. Al final llegó a las tierras del recién nacido Imperio y estableció su residencia en las ruinas de la ciudad Elfica de Athel Tamara, abandonada desde hacía mucho tiempo. Convirtió la ciudad en su base de operaciones, desde la cual exploró todo el Norte en busca de su corona.
Nagash envió mensajeros desde las ruinas para que localizaran al heredero de Kadon. Pero Morath estaba muerto. El hechicero maligno había muerto a manos de Sigmar, y la corona estaba en posesión del primer Emperador. Habiendo sentido su gran maldad, Sigmar no quiso utilizada y la guardó bajo llave en su sala del tesoro, lejos de los ojos que pudieran estar tentados de utilizarla.
Nagash envió mensajeros al campamento de Sigmar reclamando su corona y ofreciéndole riquezas infinitas a cambio. Una gran figura encapuchada, montada sobre un Carroñero, descendió sobre el campamento. Todo el mundo estaba acobardado cuando la oscura figura desmontó y presentó las demandas de su señor con voz de ultratumba.
El mensajero estaba rodeado por un hedor a maldad y descomposición, y todos los que le miraban quedaban acobardados, pidiendo a su líder que le entregara la corona. Sin embargo, Sigmar no tenía intención de entregar la corona, y viendo la decidida actitud de su líder, los guerreros cobraron nuevos ánimos. Su alegría acabó cuando el mensajero volvió a hablar, diciendo que eran unos locos que no vivirían lo suficiente para lamentar su decisión. Sigmar levantó su gran martillo Ghal Mharaz y golpeó a la criatura No Muerta. Esta se descompuso sobre sí misma, dejando sólo una oscura capa tras él. Sigmar ordenó que sus restos fueran quemados.
Nagash dedicó muchos meses a reunir sus fuerzas. Con sus hechizos animó legiones de muertos de los cementerios y otras criaturas de la oscuridad acudieron a su llamada hasta formar un poderoso ejército No Muerto. Al fin estaba listo para emprender una guerra contra Sigmar y su pueblo. El gran ejército de muertos andantes avanzó por los bosques del Imperio, matando a todo aquel que encontraban. Los muertos pasaban a engrosar las filas del ejercito. Muchos hombres murieron, y otros muchos que huyeron ante el avance del ejército de No Muertos hicieron correr la noticia de la llegada de Nagash. Nagash comprendió la importancia de tener el miedo como aliado.
Y los hombres del Norte estaban asustados. Habían derrotado a los Orcos y expulsado a todos sus enemigos anteriores, pero ahora debían enfrentarse a un enemigo que les hacía temblar y parecía invencible. De todos ellos Sigmar era el único que no tenía miedo. Pidió ayuda a sus aliados Enanos, y forjó muchas armas con magia poderosa contra sus enemigos No Muertos.
Los dos ejércitos se enfrentaron en las orillas del río Reik, a finales de la primavera del ano 15 Imperial. Era un enfrentamiento equilibrado y que causaría grandes sufrimientos. Los humanos y los Enanos eran tropas decididas, Los regimientos No Muertos de Esqueletos animados y cadáveres andantes avanzaban como autómatas, cada paso perfectamente sincronizado con el ritmo de un tambor de piel humana. Los Carroñeros oscurecían el cielo sobre sus cabezas. Los Vampiros acechaban en la rojiza oscuridad. Los Necrófagos devoraban a muertos y a heridos indistintamente. Los Caballeros No Muertos agarraban a los hombres con su frío abrazo. El ejercito de Nagash cargó y rompió como una ola contra el imperturbable muro de escudos Enanos. Las fuerzas de Sigmar contra-cargaron y empezó un combate cuerpo a cuerpo generalizado que enfrentó a hombres contra monstruos por todo el campo de batalla.
Entre todos los muertos andaban dos seres poderosos como dioses. Sigmar dirigía carga tras carga de los hombres de Unberogens. Su temible martillo de guerra le hacia una máquina de destrucción viviente, dejando un rastro de muerte tras él mientras atravesaba las líneas enemigas. Nagash, montado en un gran carruaje negro, se abría paso entre los combatientes, empuñando una negra espada rúnica aullante que sostenía con su garra metálica. Estos dos titanes se enfrentaron en el centro de la batalla. Sigmar saltó sobre el carruaje en marcha, y luchó contra el Nigromante No Muerto. Fue una lucha entre seres con fuerzas extraordinarias que hizo que los dos cayeran rodando del vehículo al suelo.
Los dos combatieron durante una hora mientras la batalla rugía a su alrededor. Nagash golpeó a Sigmar en el brazo, causándole una herida envenenada. Notando como le fallaban las fuerzas, Sigmar arremetió en un enloquecido ataque final. El martillo era como un trueno en sus manos. Golpeó una y otra vez al Gran Nigromante, que retrocedió hasta el río. Nagash invocó a sus esbirros más poderosos para que le ayudaran. Los Vampiros atacaron al Emperador. Sigmar golpeó a diestra y siniestra, derribándoles y matándoles de un golpe.
Notando la debilidad de su enemigo, Nagash se puso en pie. Sigmar jadeaba delante suyo. Ambos sabían que éste era el duelo final. Sigmar, aunque herido, atacó de nuevo. Su martillo descendió como un meteoro. Nagash detuvo el ataque y el martillo no le alcanzó. Durante bastante tiempo, los dos forcejearon. Cuando sus armas chocaban saltaban chispas. El atronador sonido de metal chocando contra metal acallaba los gritos de los moribundos. Sus tendones, duros como el acero, empujaban con vitalidad sobrenatural. Los ojos azules y fríos estaban trabados con el interior de unas horrendas cuencas vacías. Al final ganó Sigmar, desarmando al Gran Nigromante y golpeando con su arma la cabeza de su enemigo.
Al morir el Nigromante, de su cráneo roto surgió una oscura nube que subió como una columna de gas envenenado sobre el campo de batalla; el humo se dirigió hacia el Sur. Las legiones animadas por su oscura fuerza de voluntad quedaron destruidas. Los Esqueletos quedaron desechos en montones de huesos, los Zombis trastabillaron y cayeron, descomponiéndose ante los ojos de los hombres hasta convertirse en montones de carne podrida. Los Vampiros y los Necrófagos huyeron hacia lo más profundo de los bosques. Al acabar la batalla, Sigmar se tambaleó y cayó.
El hombre dios necesitó varios meses para recuperarse de la herida causada por Nagash, aunque nunca pudo recuperar por completo su fuerza. Por otra parte, el Gran Nigromante necesitó varios siglos para volver a recomponer su forma mortal en su gran sarcófago de Khemri. Había aprendido una amarga lección. En el mundo ya existían poderes comparables al suyo. Decidió ser más cuidadoso la próxima vez. A partir de ese día, ha vivido en Nagashizzar como una pálida sombra de su anterior poder, utilizando una gran red de agentes para hacer cumplir sus órdenes.
Espero que os gustase. ;)
Gran aporte!
ResponderEliminar